Manuel Coma

Perspectivas cubanas

En relaciones internacionales sí hay males que cien años duren, pero los cincuenta de extrañamiento entre Estados Unidos y Cuba no dejan de ser una gran anomalía. Cuando ésta toca a su fin, la cuestión es si será para bien o para mal y según para quién y cómo. Para los Castro pretende ser pervivencia, no concesión que hacen sino que reciben. Para Obama es su arraigado buenismo. Malos, malos los que están a su derecha. Desde su izquierda hasta el infinito todos son redimibles, con el debido cariño al que él, progresista donde los haya, siempre está dispuesto, como, una vez más, demuestra. ¿Actúa por instintos ideológicos o habrá calculado todas las implicaciones de su gesto, incluidas las geopolíticas? ¿Puede salirles el tiro por la culata a don Raúl y a su valetudinario hermano?

El régimen cubano actúa por desesperación. La decrepitud de un líder tremendamente personalista, subrogado en un hermano igualmente acechado por la vejez, coincide con la catástrofe de que Venezuela, su salvavidas económico y pupilo político, se hunde por méritos propios, esforzadamente ganados con su monumental incompetencia, porque los americanos ya no necesitan su petróleo y porque el precio internacional de éste se desploma. La implacable corrosión del tiempo ha hecho que esta crisis sea todavía más amenazadora que la que supuso, a comienzos de los noventa, la liquidación del imperio soviético, predecesor en el camino hacia el basurero de la historia. En aquel entonces el Comandante tascó el freno y abrió la espita de una tenue y controlada liberalización económica, para tirar de las riendas y dar marcha atrás en cuanto encontró en Caracas un nuevo patrocinador que le comía en la mano.

Ahora la mano a la que se agarran es la de Obama, que se la tendió desde su primera campaña presidencial en el 2008. No es que Clinton y Carter y hasta el conservador y empecinado realista Nixon no hubieran hecho lo mismo. Con pocos altibajos, la Casa Blanca siempre ha deseado alguna forma de normalización, pero ésta representaba una amenaza para el castrismo, convencido de que no podría subsistir en régimen de libre competencia y circulación, aunque sólo fuera un poco, sin contar con el quebranto que experimentaría la retórica existencial de que todos los males y atrasos de la isla eran exclusivamente fruto del embargo, hasta el punto de que trataba de hacerlo pasar por imaginario bloqueo. Desde mucho ha, no hay cubano que se lo trague, pero ha seguido valiendo para crédulos progres foráneos, mientras que los nativos se cuidan muy mucho, por la cuenta que les tiene, de que se trasluzca su agnosticismo. Mientras nadie ose decir que el rey está desnudo, éste puede pasearse en pelotas por toda la isla como si tal cosa. Uno de los peligrosos efectos de las nuevas relaciones, que tardarán en alcanzar plenitud, es que hacen la desnudez mucho menos ocultable.

Ya hace años que la necesidad había llevado al régimen a mellar uno de los bastiones de su fortaleza defensiva: El siempre denostado, por impuesto, pero en realidad espléndidamente protector aislamiento. Resulta una chufla tomarlo como coartada de males económicos y atrasos tecnológicos cuando casi tres millones de extranjeros se toman vacaciones en una isla de once, entre ellos, bastantes cientos de miles de americanos. Eso sí, acorralados en pequeños paraísos de los que tienen muy pocas posibilidades de salir y a los que los súbditos de a pie del socialismo no tienen acceso y donde cada dólar gastado por los visitantes es succionado por mecanismos oficiales que nada objetan a que miles de pobres muchachas cubanas subsistan como jineteras, para satisfacer una demanda «especializada». Con más turistas y más negociantes, esos controles se harán más difíciles.

Si algo facilita el arriesgado paso de los Castro es que el nuevo congreso americano, con mayoría republicana en ambas cámaras, tendrá vara alta sobre el delicado proceso de desmantelamiento y reconversión del complejo tinglado legal que regula el embargo comercial y las relaciones, o falta de las mismas, entre Estados Unidos y Cuba. La marcha será lenta y los dos hermanos puede que esperen algún milagro que tan imposiblemente regenerará el régimen como a sus decrépitos mandamases. Los republicanos se encargarán de que el balón de oxígeno que La Habana espera recibir no sea tal, sino más bien un purgante que acelerará la descomposición del sistema. Son de esperar muchas escaramuzas y escamoteos, frenazos y tensiones. Todos los que viven del pesebre castrista llevan ya tiempo pensando en cómo recolocarse.

Una operación putinesca, en que un coronel de la KGB se alza con el poder y convierte en colaboradores y magnates a sus conmilitones, no es viable, precisamente porque no hay petrodólares con los que contentar al pueblo. Obama no ha puesto un precio mínimamente razonable al acercamiento y el futuro promete ser azaroso durante bastante tiempo.