Julián Redondo

Plácida modorra

Plácida modorra
Plácida modorralarazon

Ha fallecido Alvite, releeré sus libros y sus columnas para no echarle tanto de menos. Por ahora, me conformo con la brillante despedida que le ha hecho Javier Ors en este periódico mientras intento, sin conseguirlo, porque eso es más difícil que negar los méritos del Atlético, armar una de sus despampanantes metáforas para describir lo que sucedió el jueves en el Bernabéu y sus alrededores. Antes del partido, una afición entregada que colocó el autobús del equipo en la cresta de una ola que envidiaría Gisela Pulido. Descendieron los jugadores al césped tan henchidos de gloria y orgullo que aún se miraban el ombligo cuando Griezmann y Torres les arrancaron de la plácida modorra. Idénticos protagonistas repitieron la jugada cuando al equipo valiente, bravo y extenuado no le quedaba más que el envite de la calidad y mucho nervio. Insuficiente frente a quien disfruta despejando balones, que ni siquiera llegándole como plagas le producen dolor de cabeza. Después, la realidad y el análisis. El campeón de Copa, eliminado en octavos, y el subcampeón de «Champions», aplicándose Fierabrás sobre la eterna herida del minuto 93. La otra buena noticia del Atlético se resume en esta fantasía de María José Navarro: «Esta noche he tenido un sueño, que Torres volvía al Atlético y metía dos goles en el Bernabéu». Comprueba que está despierta, que es cierto, añade: «En este partido, al ‘‘Niño’’ le pasaron más balones que en los últimos tres años». Mientras, Sergio Ramos, que no tuvo su noche más feliz, se retira al fondo con una rabiosa soflama: «Ya veremos a final de temporada quién está arriba». Debería saber que las armas, «almas del nueve largo», las carga el diablo.