Carlos Rodríguez Braun
Poetas y armas
Leí hace tiempo un artículo de Winston Manrique Saboga en «El País», con el entusiasta título de: «La poesía es otra vez un arma cargada de futuro». No se le ocurrió que esta evocación de Celaya podía tener algún matiz complicado. De hecho, no se le ocurrió sino empezar así: «El poema se hace grito. La emoción es su arma. Es el regreso de la eterna reflexión sobre si el principal compromiso de los poetas hoy es con el arte mismo o con la realidad resquebrajada de ideales y asediada de crisis».
Todo este irreflexivo regocijo se debía a la publicación de «Humanismo solidario. Poesía y compromiso en la sociedad contemporánea», una antología coordinada por Remedios Sánchez, con textos seleccionados por Marina Bianchi, de medio centenar de poetas hispanoblantes y magrebíes, que consideran, informó el periodista, «que es el momento de un arte que refleje el humanismo solidario, de la vuelta a la humanización a la creación artística». El poeta, afirmó Bianchi, «debe darse cuenta de la realidad y hacer que se dé cuenta el lector. Es el verso que se vuelve grito sin olvidarse del acto creativo. Comunicar el malestar». Y Sánchez añadió: «hablando de lo que duele a todos». La poeta tunecina-estadounidense, Khédija Gadhoum, sentenció que la poesía «expresa la voluntad del Pueblo que lucha por sus derechos civiles, dignidad y justicia». Porque, como aseveró Luis García Montero, vivimos hoy una «época de cancelación de las ilusiones colectivas». Todo es bastante raro y bastante peligroso. Primero, las armas. La idea de usar el arte como arma no se asocia a la defensa propia, que es un derecho legítimo, sino a la ofensiva para cambiar la sociedad a la fuerza. Han muerto demasiados millones de trabajadores por esta idea como para que no la consideremos con cautela.
Otro tanto sucede con la palabra «lucha», capturada por los máximos enemigos de la libertad, tanto comunistas como fascistas. Y es una arriesgada fantasía alegar que la poesía expresa la voluntad del pueblo, nada menos. Recordemos la cantidad de «luchas populares» o «conquistas sociales» que no fueron más que incursiones punitivas contra los derechos y las libertades, a cargo de un puñado de poderosos, o de iluminados en busca del poder.
Y, por fin, el atavío angelical y angustiado. Nos hablan estos señores de «humanismo solidario», como si pudiera ser de otra manera. Y nos urgen a gritar y a comprometernos porque todo va fatal. Y la pregunta es: ¿qué mundo están mirando?
Cuando hablan de «la realidad resquebrajada de ideales» o de «cancelación de las ilusiones colectivas» ¿a qué se están refiriendo? Ha caído el Muro de Berlín, y hay más democracia y más prosperidad que nunca antes. Está en crisis el comunismo, el sistema más criminal que nunca hayan padecido los trabajadores. ¿No es acaso ilusionante que ese ideal, por fin, se resquebraje? Pues parece que no.
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