José María Marco
Política cultural
Hace años asistir a una exposición o a una función de teatro era pasar un rato agradable, descubrir cosas hermosas y, para muchos, aprender algo nuevo, de la cultura, de la vida o de uno mismo. Hoy en día, ir a lo que llaman un evento cultural es exponerse a una sesión de adoctrinamiento político, de izquierdas ni que decir tiene. El Estado Cultural no depende de quien ocupe el poder. El Estado Cultural justifica su existencia con la reeducación de los que lo pagan, siempre con el ideal socialista al frente. ¡Firmes!
El cambio en la dirección artística del Teatro Real podía ser una buena ocasión para pensar (pensar... ¿se acuerdan ustedes?) en la responsabilidad del Estado en la cultura. Rajoy dijo una vez que política y cultura son términos difíciles de compatibilizar. Es cierto, pero mientras el Estado no abandone el terreno cultural, tendrá que adoptar una línea de conducta al respecto, y esa conducta se llama política cultural.
Una de las acciones del Estado podría consistir, no en dejar, sino en recuperar su responsabilidad. En el terreno cultural, el Estado ha abandonado su acción en manos de minorías que se proclaman detentadoras de una legitimidad que le faltaría al primero. No es así. Si esas minorías quieren continuar con su agenda, sus caprichos y sus amigos lo pueden hacer, claro está, pero no a cargo de un dinero público que apenas llega ya para pagar servicios esenciales. Ni el Estado ni la política cultural deberían estar al servicio de grupitos que venden sus intereses como el no va más de la estética y el progreso, siempre en detrimento de la nación española, por cierto. Deben estar al servicio de todos, y deben ofrecer productos serios, interesantes, que fomenten el interés de la mayoría por la cultura. En el caso del Real, por ejemplo, ofreciendo una programación atractiva, que saque partido al hecho de que la ópera, aunque cara, es un arte popular, lejos del ultraelitismo practicado en los últimos años. Una segunda línea es la promoción de la cultura española. Iría destinada no a proteger a los nuestros, sino a apuntalar la cultura nacional. Es increíble que el Teatro Real haya estado vetado para los cantantes y la música española, o que en el templo de nuestro teatro clásico, el Teatro Español de Madrid, se haya llegado a escenificar comedias musicales al estilo de Broadway. ¿Alguien, alguna vez, recuperará un poco de sensatez en este campo?
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