Alfonso Merlos

Poner pie en pared

Poner pie en pared
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¡Basta ya! Se han terminado las bromas, las contemplaciones, el apaciguamiento. No se puede proceder de esta manera con quienes insisten en la estrategia de la amenaza, el acoso, el hostigamiento, el amedrentamiento, la coacción, la calumnia, la injuria grave. Estamos ante la prostitución del derecho de manifestación o reunión o expresión. Ante la degeneración de la protesta ciudadana y ante una mancha maloliente que cae sobre quienes no tienen ni idea de lo que es una rebelión cívica, constructiva y regeneradora.

Así no vamos a ninguna parte, salvo a la ruina. Así que ha llegado la hora de poner pie en pared: de mantener la tenacidad en la defensa de los principios más elementales del Estado de derecho y la vida democrática, de insistir con empeño y tesón en la defensa de nuestros políticos. De todos. Han sido elegidos libre y democráticamente. Son nuestros legítimos representantes y un atropello a uno sólo de ellos es un puntapié letal, donde más duele, al conjunto de la nación soberana.

Con el numerito filodelincuencial en el domicilio particular nada menos que de la vicepresidenta del gobierno de España se vuelve a traspasar una peligrosísima línea roja. Y lo más penoso es que gente de buena fe, en medio de una situación de cabreo extremo o desesperación incontenible, se vea arrastrada en sus condenables acciones por una minoría de hoolligans que no entienden más lenguaje que el del todo vale.

Es sencillamente una injusticia y una animalada acusar al PP de las muertes de las víctimas de los desahucios, como lo es hablar alegremente del terrorismo que fomentan los que no hacen nada para paliar este drama. Más cuando ha sido este gobierno el único que está haciendo lo posible por proteger a los más débiles, por ayudar a los compatriotas a los que la crisis ha impedido seguir haciendo frente a sus pagos hipotecarios. Y ésa, señoras y señores, es una verdad incómoda para los «groupies» de Ada Colau.