Política

¡Popilistas!

La Razón
La RazónLa Razón

Llamarle a uno populista en su cara es hoy el mayor insulto a un político, sea de derechas o de izquierdas. Para muchos observadores, el populismo es la principal amenaza a la democracia en estos comienzos de siglo y, desde luego, un grave obstáculo en el camino de la construcción de Europa. Así que estamos ante un fenómeno preocupante, un movimiento de masas originado por la globalización y por los desastres de la crisis, que habrá que tomarse en serio. Hay quien ve en el espectro populista que recorre Europa y que alcanza de lleno a Estados Unidos algo parecido, por sus consecuencias arrasadoras, a lo que supuso en su día la irrupción del comunismo y del fascismo; o sea, el populismo sería el heredero natural de estos movimientos totalitarios, que llegaron también henchidos de pasión revolucionaria y que excitaron, como estrategia fundamental, los sentimientos de las masas para alcanzar el poder.

¿Pero qué es exactamente el populismo? El profesor Arias Maldonado, autor de «La democracia sentimental», recientemente aparecido, dice que es «el pueblo contra la élite». Ése es el núcleo esencial de su doctrina, sea de Podemos en España, del Frente Nacional en Francia o del «trumpismo» en USA. «Es populista –dice– quien despliega un discurso antielitista en nombre del pueblo soberano, quien sostiene que el pueblo virtuoso ha sido víctima de una élite corrupta que ha secuestrado la voluntad popular». El populista se arroga la decisión de decir quién es gente y quién es casta, quién es puro o impuro, y apela a la democracia popular. Entre los enemigos del pueblo pueden figurar los políticos, los jueces, los militares, los periodistas, los banqueros o los emigrantes. Pero cualquiera puede transitar del bando de la élite al de la gente si asume el ideario populista, situado siempre en el borde del sistema. No explican cuándo dejan ellos mismos de ser gente para convertirse en élite. O al revés. Los populistas dignifican conceptos como «vulgo», «masa», «plebe», «gente»... Gracián, sin embargo, advierte de que «el vulgo no es otra cosa que ignorantes presumidos, que hablan más de las cosas cuanto menos las entienden».