Marta Robles

Por coquetería

Cuando llega el verano, la obsesión por la belleza convierte en presos de bola a multitud de hombres y mujeres que parecen no recordar que la felicidad no está en ser el más guapo ni el más delgado ni mucho menos el más moreno. La obcecación por el bronceado puede convertirse en una peligrosa adicción en menos de lo que pensamos porque, según los científicos, es capaz de provocar en los seres humanos, como en los ratones, la liberación de endorfinas beta, más conocidas como las «hormonas del bienestar». Sabiendo como sabemos que la radiación ultravioleta en demasía es el carcinógeno más accesible del mundo, resulta extraño que no optemos por acceder a esas hormonas del bienestar a través de otros caminos infinitamente más saludables, como el ejercicio, el chocolate o el sexo, por ejemplo; tal vez sea esa irresistible atracción hacia el riesgo, consustancial a los humanos, la que nos empuja a comportarnos de manera irracional y a vencer la tentación al más puro estilo Wilde; es decir, dejándonos caer en sus brazos. O quizá sucede que, aunque esté probado que la exposición crónica a la radiación ultravioleta sea directamente proporcional a la posibilidad de padecer un cáncer de piel, al ver que hay quien toma mucho el sol sin consecuencias, no nos creamos que sea tan nociva, por mucho que sea un hecho contrastado científicamente. Por lo demás, convendría que supiéramos que un ligero tono bronceado es elegante y que un tostado oscuro, de lechón achicharrado en el horno, no solamente no nos favorece, sino que es de mal gusto. Sobre todo porque, ya que la cordura no siempre nos ayuda a comportarnos con sentido común, es posible que la coquetería sí nos invite a hacerlo.