Marta Robles
Por diez mil euros
No son delitos que se produzcan habitualmente y, por suerte, como ha sucedido en este caso, suelen resolverse con prontitud. Sin embargo, dejan una huella indeleble en quienes los padecen. Me refiero a los secuestros, a esa privación de libertad, generalmente acompañada de vejaciones y torturas, como el que acaba de vivir ese empresario coruñés de 41 años, al que la Policía consiguió liberar tras casi una semana de auténtica pesadilla. La absoluta crueldad de sus captores quedó de manifiesto en su maltrato constante al secuestrado, a quien primero retuvieron, sufriendo un frío extremo, en el interior de un coche, y posteriormente encerraron, encapuchado, en un zulo de dos por uno, donde sólo había un jergón y, al lado, un montón de serrín para hacer sus necesidades. No sé si existe alguna explicación psicológica para el cruel comportamiento de quienes se atreven a cometer tan grave fechoría, pero es habitual que los secuestradores no manifiesten ni un ápice de compasión por sus víctimas. En este último caso, resuelto, por fortuna, felizmente, los siete delincuentes responsables no tenían el mismo perfil; entre ellos había un matrimonio entrado en años, dos jóvenes con antecedentes por delitos contra la propiedad e, incluso, un ex presidiario condenado por homicidio. Todos ellos –españoles– se unieron para planificar, durante tres meses, este secuestro y pedir 70.000 euros. Cada uno se convirtió en una bestia sin corazón ante la expectativa de embolsarse tan sólo 10.000 euros por cabeza; 10.000 euros que no hubieran resuelto sus vidas para siempre, pero que, sin llegar a sus manos, han marcado para toda la eternidad las del secuestrado y su familia, que jamás podrán olvidar lo que vivieron.
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