Alfonso Ussía
Por los Alpes
Jamás tuve dinero en Suiza. Y nada tengo contra Suiza sino contra la falta de dinero para guardarlo en Suiza, que es animadversión muy diferente. Suiza es el país de la limpieza y de los hoteles. «El País de Guillermo Hotel», según un ingenio anónimo. Para Lord Brougham, aburrido.
«Un país en el que estar durante dos horas, o dos y media si hace buen tiempo. El tedio llega a la tercera hora y el suicidio te ataca antes del anochecer». Existen dos grandes países de orden en el mundo, y eso molesta a los habitantes de las naciones ardientes. Se trata de Canadá y Suiza. De Canadá se dice que lo más divertido que puede suceder en una cama compartida por una pareja de canadienses es que se caiga el edredón al suelo. Y de Suiza, que la única cosa interesante que puede pasar en un dormitorio suizo es que te sofoque el colchón de plumas. No estoy de acuerdo en absoluto. Se le atribuye a Orson Welles una descripción de Suiza de Agustín de Foxá: «En Italia reinaron los Borgia, y hubo guerras, terror, asesinatos, baños de sangre, pero también Miguel Ángel, Leonardo y el Renacimniento. En España hubo guerras, terror, asesinatos y baños de sangre, pero se descubrió América, y también Cervantes, Velázquez, Goya y San Juan de la Cruz. En cambio, en Suiza, hay amor fraternal desde hace cuatrocientos años de tolerancia, democracia y paz, y sólo han inventado el reloj de cuco». No es tampoco del todo cierto. Han inventado el mejor chocolate sin tener ni un árbol de cacao y el sistema bancario más seguro y rentable del mundo.
Oscar Wilde, tan desdeñoso, abominaba de Suiza, «país de teólogos y camareros». Pura envidia.
Suiza es una nación idílica. Y ser suizo imprime carácter. Los suizos franceses son más suizos que franceses, los alemanes más suizos que alemanes y los italianos más suizos que italianos
Suiza es un país tan milagroso que hasta los italianos parecen centroeuropeos, Mediterráneo olvidado y lejano. Y muy cerca de la zona alemana de Suiza, se halla en un bellísimo valle, el Principado de Liechtenstein, una Suiza en miniatura, pero potentísimo, gran administrador de los dineros invertidos allí por casi todos los magnates del mundo. La gran diferencia que se establece entre Suiza y Liechtenstein es que el segundo no tiene vacas. No hay sitio para las vacas con tantas sociedades, bancos y sedes confusas radicadas allí. En su maravilloso libro «Cosas del Campo», escribió José Antonio Muñoz Rojas de sus tierras de Antequera: «Y ese manzano joven, aún sin hoja, que de pronto se ha puesto a dar flor y que parece un candelabro de flores, y que nos ha detenido hoy largo rato en nuestro paseo, haciendo que nos preguntemos cómo es posible tanta hermosura en tan poco lugar». Con mucha menos sensibilidad y belleza lírica, Liechtenstein inspira también esa pregunta. ¿Cómo es posible tanta riqueza en tan poco lugar? Liechtenstein es como Mónaco sin fotógrafos. Allí todo es discreto, gris y cerrado como su valle rodeado de altas montañas. Merece la pena conocerlo para entender lo que significa el sosiego del millonario.
Ignoro el motivo que me ha impulsado hoy a escribir de Suiza y de Liechtenstein. Quizá he soñado con esos formidables enclaves del oro mundial. No puedo presumir de decente porque no me ha quedado más remedio que intentar serlo. Pero está claro que si yo fuera un político cualquiera inmerso en un sistema en el que el dinero público puede pasar a manos privadas sin riesgo ni desventuras, parte de mi fortuna estaría en Suiza o en Liechtenstein. Con toda sinceridad lo afirmo.
✕
Accede a tu cuenta para comentar