Alfonso Ussía

Por los suelos

La Razón
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El afán de notoriedad y originalidad siempre termina en cursilería. Ramón Gómez de la Serna escribió un brillante ensayo en torno a lo cursi, repleto de imágenes sorprendentes y divertidas. Pero no acertó como Francisco Silvela en su extraordinaria «Filocalia». Silvela no era cursi, y Gómez de la Serna, sí. Pronunciar una conferencia en el Circo Price sentado en un trapecio balancín es de una cursilería inigualable. Para Silvela, la cumbre de lo cursi era bailar la polka «El Ferrocarril» con los bailarines agarrados a las caderas del anterior danzante y haciendo el trenecito. Las cursilerías pueden descender hasta el gusto más atroz. Pablo Iglesias, que es el personaje más cursi de España aunque lo ignore, ha protagonizado la gran cursilería parlamentaria del año. Cursilería y mamarrachada. Ha reunido a los periodistas parlamentarios en el Salón de los Pasos Perdidos y dado una rueda de prensa sentado en el suelo, sobre la alfombra de la Real Fábrica de Tapices. Por los suelos Iglesias y por los suelos los periodistas que han colaborado en la majadería. El Congreso cuenta con una amplia gama de salones, salas y auditorios para reunir a la prensa e informar a los cronistas de las últimas bobadas de su partido. Pero el Congreso de los Diputados merece un respeto, aunque estos desgarramantas rastosos, espesos y pringones no lo hayan respetado desde que fueron elegidos. Lo de Iglesias es lamentable, pero el seguimiento obediente y sumiso de los periodistas se me antoja aún más bochornoso. Me figuro la reacción de Wenceslao Fernández-Flórez a la invitación de un parlamentario de sus tiempos a sentarse en el suelo del Congreso para darle una noticia. Reacción educada y cortés, pero contundente. Sucede que el periodismo parlamentario ha perdido cultura, clase y se mueve afligido por la vulgaridad. Y no hay que volar hacia los tiempos de las «Acotaciones de un Oyente» del bueno de Wenceslao. En los principios de Antena-3 de Radio compartí con Luis Herrero la acreditación en el Congreso de los Diputados, y por ahí aparecían Raúl del Pozo, Pepe Oneto, Jaime Campmany, Abel Hernández y otros maestros del periodismo escrito. Si un diputado se hubiera atrevido a dar una rueda de prensa en el suelo, lo habría hecho en la más triste soledad. No se puede perder el respeto cuando no se conoce, pero los periodistas parlamentarios harían bien en valorar su colaboración con el ridículo.

Llamar la atención. Esa es la estrategia. Que el fondo no se analice en beneficio de la forma. Cuando hay poco que decir y menos que explicar, la mejor manera de salir del embrollo es buscando el escandalillo para camuflar la innecesariedad. Don Julián Besteiro, socialista culto y elegante que presidió el Congreso Constituyente de la Segunda República, habría expulsado de mala manera a todos los que confundieron el Congreso de los Diputados con un campamento o una reunión entre las tiendas de un «camping». El hedor también puede alcanzar un alto escalón en la cursilería cuando se programa para molestar a los demás. Se trata de una ficción maloliente, pero ficción calculada a la medida.

Sin ánimo de molestar a nadie, resumo la farsa de la rueda de prensa por los suelos en una clamorosa imbecilidad. Una imbecilidad no sorprendente en el protagonista principal de la gamberrada, pero sí chocante en los periodistas parlamentarios que se sentaron en el suelo entre traviesas chacotas.

Que Iglesias frecuente los suelos en nada me afecta. Que los periodistas parlamentarios acaben por los suelos, me entristece. La cursilería también se abraza a las acciones deprimentes.