Pedro Narváez

Por qué los canarios prefieren carbón

Ya es sólo uno de esos recuerdos de cuando la muerte no estaba entre nosotros porque entonces las horas se hacían tan largas que pareciera que el reloj era un cangrejo que nos devolvía al ataúd valiente del vientre de mamá. La noche de los Reyes Magos uno se acostaba y lo menos que esperaba era carbón. Si me hubiesen dicho que en el patio de casa había petróleo creo que hubiera pedido el sombrero de JR para creerme un potentado que se atrevía a poner los atributos sobre la mesa. A los canarios les han ido a ver los Magos de Oriente, les ha tocado el euromillón, la primitiva, el cuponazo anterior al alzhéimer; en fin, han tenido la suerte de que les hayan contestado una carta que ni siquiera habían remitido. Tener petróleo cerca es motivo para hacer carnaval todo el año, para que las «drag queen» llenen el vestidor de plataformas, sean o no petrolíferas, y, sin embargo, hay quienes prefieren que les dejen los zapatos vacíos. La mezquindad política puede llegar a ser tan cruel como para que lo bueno sea malvado. A Marruecos se le abren las carnes magras de envidia y en Canarias les hacen creer que están echando sal sobre su herida ecológica. Es como si a un parado le ofrecen ser jefe de una multinacional y piensa que eso es ser un asesino de ballenas a sueldo. La izquierda y el nacionalismo insular, que cree tener una momia guanche en cada armario, se movilizan para frenar la posible prosperidad del oro negro por el que los yihadistas matan en latitudes de infame memoria. Putin basa su fuerza en el gas y Paulino Rivero, el zar de las islas, mide la suya en rechazarlo, que es condenar a su pueblo a que la vida no burbujee mientras sea él el que hincha o pincha el globo. Paulino merece carbón del malo, pero que deje a su gente que, como en «Los jueves, milagro», pida un deseo. Y el referéndum que lo haga en su comunidad de vecinos si es que para entonces le quedan.