Pedro Narváez

Por qué no te Cayo

Las encuestas le bailan el agua y puede que hasta le paguen una fiesta de cumpleaños a sus hijos, si es que los tuviere. Alrededor de Cayo Lara todo son confetis y la vida es una tómbola. Tiene la formula para sacar a los españoles del barrizal en el que nos hundimos día tras día como mulas o como burros, que es categoría superior y no inferior como sugirió el juez de Córdoba sobre los políticos. Cataluña es un burro que en el Ebro muta en toro, como un pokemon. Brigitte Bardot, que ha acabado protegida como las focas a las que amadrinaba, se queda con el primero. El toro tiene más huevos, pero lo del burro es impresionante. El problema es España al decir de Cayo Lara, los burros y los toros, así que destruyámosla y se acabó el problema. Negar las matemáticas es una manera de superarlas. Pasa como con Jesucristo, que el que no cree piensa que es un actor secundario de «Padre de familia». Hemos descubierto en el líder de IU al perfecto estadista, un Churchill sin puro, un Stalin de la desidia que cree que viste como una persona corriente, pero que anhela con esos faldones de la camisa a la intemperie no haber llegado a su edad sin una revolución de la que presumir con las universitarias de esta primavera que no desemboca, con las flores abiertas y los escotes prisioneros del frío. Hubo un tiempo en que a los comunistas se les llenaba la hoz de España, para que ahora venga Cayo con el martillo a convertirla en material de derribo, creyéndose el comisario del pabellón patrio de la Bienal de Venecia. Con todo, el gran timonel demuestra una gran coherencia. Cuatro meses han bastado para cambiar de opinión. Entonces, todos los españoles tendríamos que decidir y ahora basta con que la comunidad de vecinos se ponga de acuerdo para convocar un referéndum. Cayo ha hecho suyo el eslogan de Ikea, puro trotskismo. «Bienvenido a la república independiente de mi casa». Me pregunto si antes de que entren las excavadoras no sería más sensato que Cayo se independizara de España. Las agencias de viajes tiran los precios. Y así nos ahorramos la obra y dignificamos las matemáticas.