Ángela Vallvey
Preposición
Abundan, ellos y ellas. Yo los denomino «comedores de preposiciones», porque se las zampan insaciablemente. Como la gente se las come, las preposiciones empiezan a escasear (un comedor de preposiciones diría: «empiezan escasear», y se quedaría tan ancho).
Las preposiciones que aprendíamos antaño eran: «a, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta, para, por, según, sin, so, sobre, tras». Ahora han añadido «durante, mediante, versus, vía». Las preferidas para ser zampadas son «a» y «de», aunque el resto también tiene sus devoradores. En algún momento, alguien les enseñó, con razón, que no se puede decir, porque es incorrecto, «creo de que...», y se lo tomaron a pecho: desde entonces se tragan todos los «de» que pillan. Hasta tal punto que han creado una carestía del «de» que, si cotizara en el mercado de valores, habría disparado su precio.
A partir de ahí, el comedor de preposiciones decidió que todas las construcciones «de que» están mal dichas, y ahora en vez de decir «estoy seguro ‘de que’ no cantarás», que es lo correcto, suelta alegremente: «estoy ‘seguro que’ no cantarás», como si hubiera aprendido a hablar con un traductor automático de internet en un locutorio de China. También dice: «Me alegro que vengas» en vez de «me alegro de que vengas», que es lo que debería decir. Sorprendentemente, algunos comedores de preposiciones compensan su apetito del «de» soltando de vez en cuando un «pienso ‘de’ que...».
El comedor de preposiciones no desaprovecha la ocasión de zamparse una. «Estoy seguro que lloverá», lanza estólido, mirando al cielo, barruntando un mal tiempo a juego con su manejo del idioma. No está «seguro de que», como sería correcto, sino que está tan seguro que le faltan preposiciones aunque le sobren razones.
Lo malo de los comedores de preposiciones es que empiezan a convertirse en enfermos infecciosos: cada día proliferan más. Al igual que los zombies, los comedores de preposiciones están por todos lados: en periódicos, colegios, Congreso de los Diputados, telediarios, teatros, academias... Hasta hace poco, la bulimia por la preposición era una rara enfermedad filológica, que tenía que ver más con la ignorancia que con la presunción. Hogaño, el vicio se contagia con visos de epidemia. Basta oír a un comedor de preposiciones que ocupa un lugar prominente en la sociedad para imitar su tara en el lenguaje. Y la cosa es endémica: hay mucha voracidad de preposiciones porque hay mucho mal ejemplo.