Iñaki Zaragüeta
Proteger las fronteras
Mientras no pongan una puerta giratoria con un mismo hueco para entrar y para salir, como afirmaba en su programa el maestro Carlos Herrera, de tal forma que quienes pretenden acceder a España no tengan otra vía que la de volver a donde habían salido, el Gobierno de la nación está obligado a vigilar las fronteras. El libre tránsito nunca puede ser la solución por más facilidades geográficas que ofrezcan Ceuta y Melilla. De ahí que la decisión del Ejecutivo de fortalecer la valla entre Marruecos y nuestras dos ciudades constituye no sólo un acierto sino una obligación. Bien es cierto que nuestro país no debería estar solo en esa responsabilidad. Tanto la Unión Europea, como receptora de esas personas en busca de una tierra de promisión, como Marruecos, origen del movimiento, han de afrontar su alícuota parte de compromiso.
Los sucesos acaecidos en los citados pasos fronterizos aconsejaban medidas como respuesta. La Guardia Civil y la Policía no pueden estar reprimidas en el cumplimiento del deber ante los saltos, en algunos casos asaltos, de inmigrantes. Como afirmaba ayer la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, hay que hacer cumplir la legalidad, máxime al tratarse de un problema promovido, en la mayoría de los casos, por mafias organizadas que obtienen pingües beneficios precisamente a costa de los más desfavorecidos.
Dicho esto, sorprenden las críticas socialistas cuando fue 2005, en época de Rodríguez Zapatero, la fecha en que la alambrada se elevó hasta los seis metros. Y en 2007, en la misma hégira del PSOE, cuando se añadió una sirga tridimensional de tres metros de altura entre las dos vallas.
Hoy por hoy, aquel pensamiento de Gandhi: «Dios no ha creado fronteras. Mi objetivo es la amistad con el mundo» no está planteado, lamentablemente, como una meta a alcanzar. A causa de nuestra forma de ser, quizás se trate de una utopía. Así es la vida.
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