Viajes
PRUSESENSSEN
Fue buena idea venir a Islandia en este verano abundoso en debates sobre legitimidad histórica y derechos nacionales, pues esta república no es sólo ejemplar en muchos sentidos (eligieron presidenta hace cuarenta años a Vigdis Finnbogadottir, madre soltera; y en 2008, a Johanna Sigurdardottir, lesbiana declarada), sino que es la más joven de Europa Occidental, desgajada además de una monarquía centenaria: la danesa Casa de Glücksburg. Los zahoríes de «prusés» buscan precedentes en los cuatro confines del globo mas no han reparado en esta esquina de Septentrión, y mira que han dado vueltas, de Quebec a Kosovo y de Escocia a Namibia. Se arrogan estos descendientes de los vikingos el haber reunido en la ensenada de Thingvellir el primer parlamento dizque democrático, una asamblea rebelde llamada Alphingi que se dotó de un autogobierno en el año 930, a despecho de los reyes escandinavos, y donde Sveinn Björnsson firmó la declaración de independencia... ¡más un milenio después! Eso sí que es estirar el chicle de la continuidad. Aunque, claro, nuestros catalanes no cuentan con pequeñas circunstancias coadyuvantes como la ocupación nazi de Copenhague o el establecimiento de una base naval angloamericana, clave para la neutralización de los U-Boote de la Kriegsmarine. Deberá, por tanto, aguardar Puigdemont a la próxima guerra mundial para culminar su epopeya independentista y, mientras, se conformará con las fabulosas transferencias de dinero que le ofrece la izquierda (ex)española con la inexplicable complicidad de esa lideresa hasta ayer tan celosa de la igualdad entre compatriotas y de la solidaridad interterritorial.
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