Julián Redondo
Psicosis excepcional
En los prolegómenos del Alemania-Holanda, cuando la sombra del fútbol y la hora de los valientes pretendían disimular con perceptible temor la barbarie de París, Angela Merkel avisó: «No hay que ceder ante el terrorismo». Y decidió acudir con todo su séquito al HDI Arena de Hannover y ver el partido para dar ejemplo. No era un farol ni una pose... Hasta que la Policía descubrió un bulto sospechoso y optó por desalojar el recinto, mientras comprobaba con ayuda de los artificieros el contenido del paquete y con meticulosidad repasaba cada asiento y cada rincón del estadio. El fardo resultó ser un presentimiento y la precaución se impuso.
Ambiente cargado de tensión; temor, sospechas y una muestra inequívoca de la psicosis excepcional que domina Europa y Estados Unidos, Occidente, después de los terribles sucesos del viernes 13. Con este caldo el rumor se extiende, invade las redes y el bulto sospechoso se transforma en una ambulancia cargada de explosivos. Hay que suspender el partido. Pero no había bombas, ni necesidad de arriesgar.
El terrorismo no es una broma, nunca lo ha sido. Es muerte, pánico, dolor, rabia, ignonimia, familias rotas, huérfanos, viudas, campos de refugiados, desplazados, secuestros, espadas de Damocles ensangrentadas, esclavitud, violaciones, psicosis y desolación en cualquier lugar donde los malvados actúan. Sea donde sea, las consecuencias de la sinrazón son idénticas. No hay muertos ni ciudadanos de primera o de segunda categoría, aunque la solidaridad no sea distribuida equitativamente.
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