César Vidal
Puerca venganza
Han pasado las semanas tras la última intervención de Israel en Gaza y los datos sobre lo sucedido en la zona controlada por Hamas han ido emergiendo. Durante los combates, Hamás fue dando muerte a no pocos palestinos con el argumento de que eran informadores de Israel. Ahora sabemos que entre los asesinados abundaban los que no tenían más relación con los israelíes que con los abisinios. Es cierto que otros palestinos los denunciaron como colaboracionistas y que, en calidad de tales, encontraron su final, pero la verdadera causa de la delación no fue otra que la venganza. El tendero que hacía competencia con un comercio cercano, el adolescente que había quitado a otro la novia, el acreedor al que no se deseaba pagar fueron denunciados en la convicción de que Hamás los quitaría de este mundo. No es una conducta inhabitual. Durante la guerra civil española, en uno y otro bando, se fusiló a gente cuyo delito había sido el cruzarse con los deseos de otro. El maestro que levantaba resentimientos por su liberalismo, el sacerdote cuya devoción era odiada, el herrero al que se debían unas ruedas de carro y tantos otros inocentes acabaron en el paredón –conocí a sus familias y sé de lo que hablo– porque un malnacido pensó que el Destino –o incluso Dios– le abría las puertas para borrarlos del mapa. Pasa en Gaza, pasó en España y ha pasado en Afganistán o Irak donde las fuerzas aliadas pagaron recompensas a lugareños a cambio de que señalaran a terroristas. En algún caso, los detenidos ciertamente eran islamistas peligrosos. En otros, fueron un pobre taxista que nunca hizo mal a nadie, un campesino que ni sabía de que hablaban aquellas gentes llegadas de lejos o un desdichado que ya había sufrido más que de sobra con la intervención. No pocos acabaron muertos en medio de una acción armada o dieron con sus huesos en antros como Abu Ghraib donde, en ocasiones, también exhalaron el último aliento. Se trata de uno de los múltiples rostros de la guerra y uno también de los que recibe menos atención. El de miserables y canallas que comprenden que matar se ha convertido no sólo en legal sino incluso en meritorio y acometen la tarea de asesinar por persona interpuesta a aquellos a los que quizá no se atreverían a decir una sola mala palabra si hubiera ley y orden. No hay idealismo ni bondad en esas conductas. Todo se reduce a una puerca venganza.
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