Manuel Coma

Putin y su Rusia

Hay dos pares de maneras de explicar a Putin. Sus intereses personales y de régimen, sus razonamientos geopolíticos defensivos y ofensivos. Las cuatro motivaciones son perfectamente compatibles, lo difícil está en acertar con la proporción de cada una de ellas.

Adora el poder personal per se, se ha enriquecido con él en miles de millones, se ha rodeado de antiguos compañeros de la KGB y de opulentos plutócratas, cuya corrupción ha consentido y de la que se han beneficiado él y sus fieles de la antigua Policía soviética. Ha intercambiado los puestos de presidente y de jefe de Gobierno y ha modificado la Constitución para poder permanecer en el poder 24 años seguidos. Su régimen es menos represivo que aquel al que sirvió, pero los asesinatos políticos, ya costumbre zarista, han continuado, ha propiciado toda clase de brutalidades en Chechenia y los medios de comunicación están casi completamente controlados. Su régimen es personal y por tanto difícil de perpetuar. La pérdida de poder podría ser una debacle para él y su entorno, a no ser que su sucesor les garantizara la inmunidad, como él hizo con Yeltsin. Eso supondría un poco verosímil mantenimiento del régimen.

No hay, pues, una clara distinción entre lo personal y el sistema. Lo que amenace a éste lo amenaza a él y a su gente. La democracia liberal representa un serio peligro. La deposición de dictadores por violación de derechos humanos resulta un precedente inaceptable. Ésa es una de las razones de su apoyo a Al Asad en Siria. El principio de injerencia humanitaria le resulta repulsivo. No puede admitir un orden internacional que lo acepte. El triunfo de un movimiento popular en la vecina Ucrania es un pésimo ejemplo que hay que desbaratar. A su favor tiene una formidable baza: ha triunfado en las elecciones con amplios márgenes. No han sido muy libres y cada vez ha maniatado más a la oposición, pero siempre ha contado con índices de popularidad enormes y cuando a comienzos de este año empezaban a bajar, Ucrania se los ha disparado hasta un extraordinario 87%.

Un motivo más, bien poderoso, para haber lanzado esa política y seguir ahondando en ella. No sólo protege al régimen, sino que lo apuntala y favorece su deriva autocrática. Una vez más, parece en estos días a punto de invadir, quizá de una de esas formas imaginativas que lo caracterizan, bajo disfraz humanitario. Putin se juega muchísimo. Dado que occidente ha excluido la guerra, cualquier otro precio es mejor para él que una derrota. Su éxito popular se había basado en crecimientos del PIB, a una media del 6% anual. Gran oportunidad para los magnates, pero también aumento continuo del nivel de vida, sobre todo en las ciudades. Todo ello por la pura exportación de hidrocarburos. Una caída de los precios será la ruina. El crecimiento estaba en retroceso desde el año pasado. El modelo económico está dejando de funcionar. El régimen tiene que acorazarse, hacerse más autoritario, militarizarse. La crisis ucraniana ofrece la ocasión y el proyecto funciona popularmente.

Putin, por otro lado, ama la geopolítica, la estudia, la practica. En Occidente se creía superada por el Estado del Bienestar y sus correlatos internacionalistas. De ahí los comentarios de Kerry (se comporta en el siglo XXI al modo del XIX) o de Merkel (está fuera de este mundo). El presidente ruso dijo que el hundimiento de la URSS había sido la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX. Sus razonamientos en términos de fuerza y territorio han sido los preferidos a la hora de explicar su política en Ucrania. Es su pensamiento y encaja sus exigencias internas. Es compartido por sus compatriotas y le ha proporcionado los altísimos índices de aprobación que disfruta.

Rusia se siente indefensa sin Ucrania, expuesta a cualquier invasión desde el oeste, porque, al fin y al cabo, si la situación fuera la inversa, es lo que ella haría e históricamente ha hecho durante siglos, creciendo desde el pequeño principado de Moscovia hasta abarcar once husos horarios. Las protestas occidentales de buenas intenciones las considera hipócritas, al tiempo que desprecia y explota su incapacidad de reacción. Sólo las realidades geográficas importan. La incorporación a la OTAN de países de la Europa centro-oriental demuestra todo lo contrario de esas protestas. Los programas de la Unión Europea para el desarrollo del este, exactamente lo mismo. Conjuras imperialistas. No digamos los proyectos de promoción de la democracia, las ONG subvencionadas o gubernamentales: pura subversión liberal, caballos de Troya, intentos desmoralizadores de los viejos y sanos valores de la Rusia eterna.

Más allá del glacis defensivo inmediato, estaría la recuperación de lo perdido con el desmembramiento de la URSS. Si Ucrania sale bien, por la pusilanimidad del más poderoso Occidente, ¿cuál será el próximo objetivo? ¿Los bálticos, la étnicamente rumana Moldova? ¿Los países de estirpe turca de Asia central, que nunca habían sido independientes? Putin tiene una concepción global y explota las debilidades de sus oponentes, pero todas sus motivaciones se apoyan mutuamente.