Sociedad

¿Qué ha pasado aquí?

La Razón
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Acabo de leer un libro titulado «Seré un anciano hermoso en un gran país». El autor es un escritor treintañero, Manuel Astur, asturiano como su nombre indica, e hijo de padre comunista. Y me ha impresionado por su autenticidad, su deslumbrante calidad literaria y, sobre todo, por el retrato que hace de su generación, posiblemente la mejor preparada de toda la historia y una de las más vapuleadas. Se trata, como se dice en la contraportada, de un ensayo emocional que cuenta, con una sinceridad y empatía pocas veces vistas, los grandes cambios materiales, culturales y, sobre todo, espirituales de España y parte de Occidente durante las tres últimas décadas, a través de los ojos de un escritor perteneciente a la primera generación nacida en democracia, que ahora comienza a hacerse oír. Una generación literaria que viene pegando fuerte y que pronto va a desbancar a los que están en el candelero, lo mismo que a la anticuada clase política. Los padres de estos jóvenes, los educadores y los políticos deberíamos escucharlos para no andar perdidos.

Con insólita intrepidez, el autor de este libro se pregunta ¿qué me ha pasado?, ¿qué nos ha pasado?, ¿qué ha pasado aquí? Esta zozobra queda bien reflejada en la primera página del libro, que transcribo porque no tiene desperdicio: «Siempre tuve la sensación de que no había marcha atrás. A lo largo de mi vida, cada paso que daba, cada experiencia vivida parecía destruir algo anterior (...) Al principio el ascenso era divertido. Todo eran novedades y me lancé a subir loco de contento. Atrás quedaba lo anterior. Se desmoronaba la historia. Mi país. La España de mis padres y mis antepasados. Los ideales. La política. La vieja moral. La sexualidad. La religión. Incluso Dios era un escalón derruido en mi camino hacia la realización personal y el Progreso. Pero, pasados los años, comencé a sentir que ese ascenso destructivo era en realidad una trampa (...) Era una espera en la nada. Me paré y contemplé. En apenas tres décadas, todo a mi alrededor y dentro de mí había cambiado. Y yo no me sentía más libre ni más nuevo: me sentía más solo». Nada que añadir. Entre la parte más lúcida de la juventud se inicia, me parece, un movimiento de vuelta a casa con el propósito de reconstruir lo destruido.