Marta Robles
Que la luz le acompañe
Cuando recuerdo la actitud del Papa Juan Pablo II y sus aportaciones al bienestar de los fieles, no tengo ninguna duda de su importancia para la historia de la Iglesia Católica. Desconozco qué se necesita para ser canonizado, pero supongo que el aparato Vaticano, que no suele regalar tal condición, habrá buceado en todos los actos de Juan Pablo II, hasta llegar a determinar esto. Pero dicho todo lo anterior y sin querer comparar, creo que, por más que Juan Pablo II aportara muchas cosas a la Iglesia durante su papado, la revolución esperada no empezó a atisbarse hasta la llegada del Papa Francisco. El verdadero golpe de timón, que necesitaba nuestra fe para abrir la puerta a quienes sufren, lo ha dado él, con un discurso muy parecido al de Elena Poniatowska, la flamante ganadora del premio Cervantes. Ambos han dejado claro que su máximo interés es ayudar a los desfavorecidos en general y, en el caso de Poniatowska, a los de su país, México, donde están instalados, con poca esperanza de solución, al menos de momento, tantos problemas sociales, en particular. En realidad, fijarse en los pobres del mundo e instar a los que no lo son a que compartan y ayuden debería haber sido el mensaje de todos los Papas (y ojalá también el de todos los galardonados con premios importantes); y seguramente, la idea estaba tan presente en el discurso de Juan Pablo II, como en el de Benedicto XVI; pero tal vez hacía falta un Papa que hablara más claro y ése ha sido Francisco. Que la luz y la guía del Papa Juan Pablo, hoy ya santo, que Francisco siempre ha reconocido, le acompañen siempre.
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