Alfonso Ussía

Que no y que no

Toda la noche reunido con mis abogados –tengo muchos, como cualquier pedorrillo o choni de «Sálvame»–, y han desanconsejado mi pretensión de reivindicar judicialmente mi solicitud de filiación Real. No lo tienen claro. El más sabio y preciso de los letrados, ya avanzada la madrugada, me ha formulado una pregunta impertinente: -¿Usted cree de verdad que es hijo del Rey Don Juan Carlos I?-. Me ha sorprendido una pesquisa tan directa.

-Estoy casi seguro de que no, de que no soy su hijo, pero después de observar detenidamente a la señorita belga Ingrid Sartiau, creo que tengo una posibilidad de serlo, porque esa mujer se parece al Rey lo mismo que yo a Marujita Díaz-.

Los abogados tienen en común la manía de intentar averiguar detalles sin importancia, como el de la fecha de nacimiento de sus clientes. Y han llegado a una conclusión demoledora para mis ambiciones. Además de recordarme la honorabilidad demostrada de mi madre, que lo fue de diez hijos con un mismo marido, me han hecho ver que el Rey tenía once años cuando yo nací. -En la Polinesia hay padres de nueve años de edad-. -De acuerdo, ha aceptado uno de los abogados. Pero en la Polinesia. En Estoril y en Madrid no abundan los progenitotes tan precoces-. A las siete de la mañana les he pagado la minuta y se han ido a descansar.

En España, las modas vienen por oleadas, como la mar enfurecida. Una ola detrás de la otra, rotundas y contundentes. Si se pone de moda reclamar la paternidad del Rey Don Juan Carlos, en pocas semanas tendremos cola. Es cierto que Felipe IV tuvo más de cuarenta hijos, y Amadeo de Saboya, tan discreto y efímero en el trono de España, dejó por estas tierras más de una criatura. Isabel II es objeto de tradicionales dudas. De Alfonso XII se conoce alguna rama natural, de la que presumen sus componentes. Y Alfonso XIII tuvo cuatro hijos naturales, uno de ellos, Leandro Alfonso, reconocido por los tribunales. Muchos españoles se quisieron sumar a la paternidad de Alfonso XIII, entre ellos el formidable, desleal y golfo escritor César González-Ruano y un actor de alto prestigio. Pero no. Fueron cuatro, y en los momentos previos a su fallecimiento, Don Alfonso le encomendó a su heredero, Don Juan, «que no olvidara a sus otros hermanos». Eran otros tiempos y muy diferentes las circunstancias.

Hoy, con esto de las redes sociales, cualquiera puede reivindicar ser hijo del Rey. Y aparecerán más historias. De ser cierto que la señora o señorita belga Ingrid Sartiau es hija de Don Juan Carlos, habrá que achacarle a nuestro viejo y querido Rey muy escasa fuerza genética, porque se parece a su presumible hija como un coche a un cepillo de dientes. Del mismo modo que el Tribunal Supremo ha decidido, por un voto de diferencia, que el Rey se someta a una prueba de ADN, ha rechazado la solicitud por similar motivo del barcelonés Alberto Solá, que es más bajito que la belga, porque se fotografían juntos, terminan de conocerse y se quieren una barbaridad.

Es cierto de toda certidumbre, y lo reconozco públicamente, como me han recomendado mis abogados, que no soy hijo del Rey. La verdad es que me siento muy feliz de serlo de mis padres. Pero en España hay que saber adelantarse a los rezagados, y como no hay duda de que van a salir a manadas, mi pretensión tenía, al menos, la excelencia de la originalidad. Descartado el barcelonés, quedaríamos la belga y yo solos en la pugna. Con la retirada de mi pretensión, queda la belga al mando de la cosa. Y de los mil aprovechados que seguirán sus pasos. Eso, que me han pillado y no tengo nada que hacer.