César Vidal
¿Qué pasa en Ucrania? (I)
Hace unos días, uno de los blogueros más avispados de España suplicaba que alguien le explicara lo que estaba pasando en Ucrania. No se lo puedo reprochar. Lo que aparece, por regla general, en los medios se reduce a discordias callejeras; el problema es complejo y da la sensación de que se trata de un lío más que nada tiene que ver con nuestros nada escasos problemas. Sin embargo, Ucrania, por chocante que pueda parecer, presenta no pocos motivos de reflexión para España. La Ucrania actual es hija directa de un mito nacionalista alentado desde el exterior. Los nacionalistas ucranianos afirman que nunca fueron parte de Rusia, que Rusia los oprimió llegando hasta el genocidio con Stalin y que los buenos ucranianos sólo pueden ser independentistas. La realidad histórica es que el primer Estado ruso tuvo como capital a Kiev, la actual capital ucraniana; que los ucranianos siempre se sintieron rusos y basta citar a los cosacos, a Gógol o a Bulgákov para entenderlo; que el nacionalismo ucraniano fue creado por Alemania para debilitar al imperio ruso; que fue la URSS de Stalin la que causó el hambre en Ucrania, pero, sobre todo, en Rusia; que los nacionalistas ucranianos fueron aliados feroces de Hitler hasta el punto de que las SS consideraban que su antisemitismo era superior al propio y que Ucrania fue favorecida con concesiones territoriales cuando un ucraniano llamado Jrushov fue el señor del Kremlin. Cuando la URSS se colapsó, Yeltsin permitió que se desgajaran de la federación rusa naciones invadidas cuya independencia estaba justificada –Estonia, Lituania y Letonia– y otras que siempre fueron rusas como Bielorrusia o Ucrania. No sólo eso. Para evitarse complicaciones, Yeltsin incluso toleró que se llevaran pedazos de tierra rusa como la península de Crimea, que nunca fue ucraniana. A la debilidad del Kremlim, se sumó el interés de un Occidente encantado de ver –igual que el káiser y luego Hitler– cómo desaparecía la protección territorial de Rusia. De esa suma de debilidad rusa, ambición occidental y falta de escrúpulos nacionalista surgió una nación nueva que nunca había existido. La nación real brillaba por su ausencia porque mientras que el oeste de Ucrania se identificaba con el nacionalismo, imponía el ucraniano como lengua oficial, se definía como católico e intentaba ahondar el abismo frente a Rusia; el este se sentía ruso, hablaba ruso, pertenecía a la iglesia ortodoxa rusa y no se fiaba un pelo de los nacionalistas que mentían en la Historia. Así comenzaba todo.
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