Julián Cabrera

Qué tía la CIA

El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, se ha mostrado probablemente como el más vehemente dirigente de la Unión a la hora de pedir explicaciones a la Administración Obama por el espionaje a socios y aliados europeos. Curiosa paradoja la de esa justificada irritación de Durao Barroso en contraste con una historia reciente, que allá por el 2003, situaba al entonces jefe de Gobierno portugués como anfitrión de la famosa cumbre de la Azores y como cuarto elemento de la fotografía protagonizada por George W. Bush y sus primeros aliados contra el terrorismo internacional, Blair y Aznar.

Confirmado lo de la canciller alemana, la mosca no deja de rondarle la oreja a más de un dirigente europeo, algún que otro español incluido, y es que el presidente Obama, ni ha satisfecho aún la lógica petición de explicaciones de sus aliados, ni ha dado hasta el momento facilidades para aclarar algo que de entrada pide casi a gritos alguna que otra cabeza.

Ya no escuchamos a aquellos que hace cinco años veían en un perfecto exponente del marketing político a la gran esperanza de color, que iba a dignificar muchas cosas en su país y en el mundo, ni a los que asentían ante la evidencia de un Nobel de la paz por adelantado para quien con toda probabilidad iba a cambiar para bien el signo de la historia. Barack Obama no es un «bluf», ni siquiera es un mal presidente, pero mal que pese a quienes piensan que un gran político se lanza al mercado como un buen detergente, va a quedar muy por debajo de los Clinton, Reagan, Thatcher o Gorbachov, que junto a algunos otros, sí que cambiaron el mundo. Y es que una cosa es predicar y otra dar trigo, léase, gobernar.