Alfonso Ussía

¿Quo vadis?

Rubalcaba respalda el recurso a favor de la inmersión lingüística en Baleares. Rubalcaba apoya sin reservas la catalanización de las islas. Rubalcaba se niega a formar parte del frente común de los partidos no nacionalistas en Cataluña. Rubalcaba no desmiente a Pere Navarro, mucho más cercano a ERC que a un partido político con vocación española. Rubalcaba se divierte mucho cuando el presidente de su partido en las Vascongadas dice que los etarras son soldados y que ya es hora de liberar a los combatientes prisioneros. Rubalcaba se sintió complacido con la gestión del Tripartito en Cataluña. Me extraña de Rubalcaba, pero es así, sin vuelta de hoja.

Me preocupa la deriva del PSOE. Sus viejos dirigentes han abandonado su desafecto a España. Felipe González, Bono, Solana y compañía no tienen complejos en defender la unidad de España, el cumplimiento de las leyes y la legalidad de la Constitución. Rubalcaba no defiende la unidad de España, porque no cree en ella o está maniatado por los suyos, justifica el incumplimiento de las leyes y dice que la Constitución tiene que ser revisada porque los jóvenes de hoy no la votaron ni aprobaron. Tampoco los ancianos de hoy en los Estados Unidos votaron y aprobaron su Constitución, y es sagrada, inapelable para todos los ciudadanos estadounidenses. Qué tontería. Para Rubalcaba hay que redactar constituciones cada veinte años, o quince, o quizá diez, con el fin de que nadie se sienta ajeno a su contenido. Rubalcaba es un político español que no se siente español completamente porque la ensaimada patriótica de los socialistas es cada día que pasa más rizada y nudosa. Y lo mismo les sucede a sus compañeros de partido, que no se atreven a decir, abiertamente, con valentía y sin tapujos, que no creen en España. Rubalcaba consiente que sus alcaldes socialistas tomen el té, las pastas, las copas y los mariscos con el cónsul de Gibraltar mientras los pescadores españoles son violentados en sus propias aguas. Rubalcaba no entra en polémicas secesionistas, porque en el fondo, no excesivamente en el fondo, interpretaría la ruptura del mapa de España con la típica y tópica «comprensión» progresista del socialismo. Rubalcaba, que no gobierna, pierde cada día los votos que se preparan para entrar en las urnas en apoyo de los comunistas, dejando a España en la más extravagante situación. Lo que es residuo en Europa, crece en España gracias al desmoronamiento de una socialdemocracia que se va al carajo por sus permanentes y lacerantes contradicciones. ¿Quo vadis, PSOE?

El socialismo en España necesita, ante todo, a un dirigente socialista que crea en España y quiera a España. Que no dude en salir al paso de los compadreos con los separatistas en Cataluña, País Vasco y Galicia. Que reconozca que una gran parte de la culpa del sufrimiento actual de España se debe a los despilfarros, la desvergüenza, el derroche, la mala administración y la corrupción de su partido. De todo ello, es corresponsable Rubalcaba, el hombre más fuerte de los Gobiernos de Zapatero, su íntimo amigo, su consejero fiel y seguidor leal.

El socialismo en España es fundamental para mantener el sistema democrático. Un socialismo que sea alternancia, no por los defectos del contrario, sino por la ilusión generada por su renovación. España necesita un partido conservador fuerte y un partido socialdemócrata moderno, no anclado en rencores del pasado siglo. Rubalcaba representa lo más viejo y antiguo del PSOE. Márchese con sus valencianos, sorayas, madinas, navarros y eguigúrenes, y deje paso a un socialista joven que crea en el futuro de España.