España

¿Quo Vadis?

El Partido Socialista siempre ha confrontado con los nacionalismos de todo signo, tanto centralistas como periféricos. No ha caído en la tentación de apropiarse de la bandera española en exclusiva, ni ha practicado de ese patriotismo impostado que tanto gusta a algunos.

Sin embargo, el respeto y la lealtad a España ha marcado la identidad de líderes como Felipe González y Alfonso Guerra, que antepusieron el sentido de Estado y la unidad territorial a sus intereses personales.

De puertas para adentro, no han faltado tensiones entre los más periféricos y los más centralistas, pero la dirección ha conducido siempre a la organización con inteligencia y solvencia, convirtiendo al PSOE en el partido que más se parecía a nuestro país y, por tanto, en el mejor pegamento para mantener la cohesión territorial. La Constitución de 1978 fue un espejo, en gran medida, de cómo el PSOE entiende España.

Hoy, en sus debates internos, vuelve la tensión clásica entre centralismo e independentismo, dos ideologías que, lejos de ser antagónicas, se retroalimentan mutuamente.

La socialdemocracia ha perdido muchas batallas frente a los nacionalismos en toda Europa durante el siglo XX. El debate, siempre difícil, ha sido alimentado por los populismos de uno y otro signo, especializados en nutrirse de emociones y en incendiar la baja viscera.

Algunos dirigentes han empezado a expresar públicamente, con más o menos tibieza, lo que les preocupa de Pedro Sánchez. No se trata tanto de la duda que tienen sobre las consecuencias del rumbo que ha tomado la política del gobierno en la cuestión catalana, que desde luego, sino de la incertidumbre que existe sobre la propia solvencia del ejecutivo.

El calado de decisiones, como la de incorporar la figura de un “relator” en la mesa de partidos, es un botón de muestra de la ausencia de análisis profundos y completos. Al final han rectificado otra vez, y ya es la enésima.

Los independentistas son como una maquinaria pesada, terca y resbaladiza que se mueve siempre hacia el mismo lugar, sin renunciar en lo más mínimo a su objetivo. Cuanto más tiempo se mantenga al lado de ellos, más castigado acabará el PSOE.

Pero el problema de fondo es que el presidente no quiere reconocer que no está en condiciones de gobernar.

No se puede contener a los separatistas si dependes de ellos, ni cambiar el modelo de Estado si has llegado al poder sin el voto en las urnas. Los partidos están en una especie de equilibrio de Nash, quien se mueva perderá.

A Pedro Sánchez no le queda otro camino que el anticipo electoral. Estos meses en el gobierno deberían haberle servido para hacerse una idea de lo que va a proponer a los españoles, porque ya es hora de dejar de improvisar y tener un plan y una estrategia.

Las consecuencias electorales de los errores de Moncloa se pueden llevar por delante a muchos líderes autonómicos y locales en el mes de mayo. Pero mucho peor que las constantes rectificaciones y las huidas hacia delante sería si no rectificase.

Nadie consigue entender hacia dónde camina el gobierno y en una organización que se ha ido haciendo paulatinamente más presidencialista, es un clamor que, incluso en esa circunstancia, cada vez son más los que se preguntan ¿Quo Vadis, querido líder?. Más que nada por acompañarte o para despedirnos.