María José Navarro
Rafa
Hace unos meses habíamos quedado enfrente del Bernabéu. Joder, Rafa, parece mentira que siendo tú del Estudiantes y yo del Atleti nos tengamos que ver aquí, coño. Se cansaba mucho al caminar y estaba muy débil pero fue a la cita elegantísimo, impecable, dos metros de tío imponente. Nos citamos para, cuando mejorase, apretarnos una merluza rebozada en Salvador y pegarnos un festín, repetir aquella comida última antes de que cayera enfermo y en la que hablamos de cosas absurdas sin parar de reír. Tengo mucho miedo, reza por mí me dijo esta vez. Cada poco nos escribíamos, hacíamos bromas sobre lo sexy que le quedaba la media color carne que obligatoriamente tenía que llevar en su pierna, sobre lo afortunado de tener a Lidón a su lado. Me mandaba orgulloso fotos de sus hijos, de una cerveza que una vez le dejaron tomar y, sí claro, de cosas absurdas, de esas noticias increíbles pero ciertas que a los dos nos encantaba compartir. «La vuelta ciclista a Murcia acaba antes de que pinten la meta y el campeón se lleva por delante al operario». «Detienen a un ladrón que intentaba esconder un horno microondas simulando chepa». Ayer me desvelé y de pronto pensé en Rafa. Hace días que no le veo en Twitter, tengo que mandarle un mensaje. Algo por dentro me dijo que quizá no iba a llegar a tiempo. Y efectivamente, Rafael Martínez Simancas se había muerto ya. Así que no he podido decirle lo mucho que le agradezco su generosidad, su amistad, su complicidad y aquellas cartas que me escribía para que fuera leyendo en el tren. La suerte que tuvo el periodismo, la radio, la que tuve yo por sentirme tan querida y por quererle. Qué pena más grande, Rafa.
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