Lucas Haurie
Raza y dinero
Lamentan las asociaciones que trabajan en la integración de los segmentos de población más desfavorecidos que se resalte en los titulares la pertenencia a la raza gitana de los protagonistas de sucesos como el acaecido ayer en la barriada sevillana de las Tres Mil Viviendas. Por una parte, se les estigmatiza si no lo están ya suficientemente; por otro, se alimenta al racista que todos llevamos dentro con argumentos tan contundentes como el cadáver de una niña de siete años. Se han escrito millones de páginas sobre la tendencia atávica del ser humano a rechazar la otredad y no cabe discusión sobre el asunto cuando se recuerda que en la decana de las democracias, la estadounidense, se practicó el apartheid activo hasta hace medio siglo. Sin embargo, es posible que en Europa occidental hayamos derribado las barreras de índole étnica para mantener más erguidas que nunca las sociales. Porque, siendo honestos, ¿nos molestan los gitanos o nos molestan los pobres sean del color que sean? Más bien lo segundo, y no hay más que remitirse al «caso Farruquito», una cadena de delitos odiosos para encubrir un crimen repugnante del que el culpable salió poco menos que canonizado aunque sin una brizna de dolor de los pecados. Gitano, sí, pero famoso y con dinero para pagarle a uno de esos abogados que se regodean al orinarse en la cuenca de los ojos de la víctima y que entierran bajo diez tomos del Aranzadi todo atisbo de justicia.
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