José María Marco
Reforma democrática
La reforma de las Cortes de Castilla-La Mancha emprendida por el Gobierno de María Dolores de Cospedal es una excelente noticia para la democracia en nuestro país. Como se sabe, consiste en una reducción de escaños, que pasarán de 53 a una horquilla de entre 25 a 35. Además, se suprimen los sueldos de los representantes, que pasan a cobrar dietas de asistencia. El número de representantes en las instituciones parlamentarias supera los dos mil. Alcanzan los más de 68.000 si se cuentan los representantes municipales. Son cifras innecesarias, y desproporcionadas con respecto a la población. Reflejan un cierto optimismo, propio de muchos años atrás, pero tienen poco que ver con la realidad de una situación que va a exigir al Estado y a las administraciones públicas una austeridad cada vez mayor, en línea con la que ha venido afrontando la sociedad y destinada a no esterilizar los esfuerzos de ésta. Por otro lado, si se quiere profundizar en las reformas es imprescindible que los representantes den ejemplo.
En cuanto a la sustitución de sueldos y privilegios por dietas, la reforma contribuirá a reducir el grado de profesionalización que tanto está contribuyendo a desacreditar la acción política. La política, siendo como es una actividad específica, no puede permanecer aislada de la realidad social. La obligación de compaginar una actividad profesional con la representación en las Cortes manchegas aireará el debate político del ritualismo y la demagogia que lo sofocan. Aumentará por tanto la representatividad de la política y la cercanía de los representantes a sus electores.
La reducción del número de parlamentarios también exigirá un esfuerzo por parte de las organizaciones que aspiran a estar presentes en las Cortes de Castilla-La Mancha. Estas organizaciones, en particular Izquierda Unida, y sobre todo UPyD, confían en la generosidad de la legislación electoral, que abre la puerta de los parlamentos a los partidos pequeños. Éstos no tienen por qué intentar reflejar la voluntad amplia de la ciudadanía y apuestan en cambio por conseguir pequeñas parcelas de poder para hacerse con una influencia decisiva. Esto significa la perpetuación y la consolidación del puro oportunismo político, como era de esperar por parte de los líderes de UPyD. Nada tiene esto que ver con lo que se suele llamar «regeneración». La democracia no se hace en los pasillos de las instituciones ni en los recovecos de la Administración. Se hace en la apelación a la opinión pública, en la construcción de grandes alianzas sociales y en la creación de organizaciones representativas.
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