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La Razón
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Juan Carlos Izpisua Belmonte, bioquímico manchego, de Hellín, habla pausado y llega muy hondo. Describe, descubre y convence. Es el director del Laboratorio de Expresión Génica del Instituto Salk (La Jolla, California EE UU) y catedrático de Biología del Desarrollo en la UCAM, la universidad con más deportistas por metro cuadrado de España. En una conferencia que duró algo más de una hora y se hizo cortísima, explicó los avances sobre la modificación genética para regenerar órganos, crearlos y combatir el envejecimiento. «No se trata de ser inmortales
–subraya– sino de hacer que los últimos años de nuestra vida sean mejores». Nos apuntamos. Con naturalidad habla del rediseño del genoma, de cambiarlo en un embarazo para erradicar el cromosoma 21 en fetos con síndrome de Down... Advierte de que el dopaje genético ya está aquí, que es más fácil de detectar, y de combatir, que el dopaje epigenético. Los experimentos con ratones y esos éxitos contrastados que un día no muy lejano mejorarán la calidad de vida de las personas, encienden, sin embargo, la alarma sobre el desafío a la inmortalidad y la ética. Como él dice, los científicos investigan y no les corresponde determinar lo que está bien y lo que está mal. Hoy por hoy, no hay ratón más inmortal que Mickey Mouse, nacido en 1928 y sin fecha de caducidad. Sobre su creador, Walt Disney, que falleció el 15 de diciembre de 1966, circula todavía hoy una leyenda: que minutos antes de morir fue criogenizado (congelado) para devolverle a la vida cuando la ciencia pudiera curar el cáncer en el pulmón izquierdo que lo llevó a la tumba. La ciencia ya sana y Disney no ha resucitado. Regenerarse o morir. Más tarde, naturalmente.