Literatura

Francisco Nieva

Reivindicar el libro de arte

La Razón
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¡Ufff...! Qué tema inagotable es glosar la existencia del libro de arte, a comenzar por los fascículos populares que coleccionaban los chicos de clase muy modesta, hacia los que yo sentía una muy particular ternura. Espontáneos autodidactas, los niños pobres, que así conectaban con el legado universal del arte. Era muy de agradecer ese regalo editorial, que también yo compraba, para refrendar mis gustos en las Bellas Artes. Mis modestos ingresos no me daban para acceder con desahogo al gran libro de arte, del que existían realizaciones incomparables.

Conocí a un rico coleccionista que era poseedor de volúmenes extraordinarios, como un cómputo de grandes historiadores latinos, con un suplemento inefable: una bolsita con esponja, embebida del perfume que debiera dominar en el tocador de Agripina, el perfume del tiempo, el opoponax, del que ya nos da Plinio noticia, como de la Nivea de su época. Las más ancestrales resinas aromáticas. Las tapas de dicho volumen ya eran un bello trabajo de marroquinería, para acariciar con los dedos, semejante a las puertas de una catedral en la que se entraba con el debido respeto. Libro de arte total lo llamaría yo. En la edición de dichos libros de arte se llegó a exagerar muchísimo, libros para leer en un atril muy especial, un atril para reyes y papas. Yo no tenía otro remedio que conformarme con los libros de la firma Skira, magníficos todos. Sobre todo uno, que aún conservo como oro en paño. Es sobre la capilla de San Antonio de la Florida, por Francisco de Goya. Y era como disponer de un andamio que nos elevara a inaccesibles cercanías de la pintura para los espectadores corrientes. Se disponía, pues, de un privilegio extraordinario. No tengo palabras para encomiar tan gratificante trabajo. En las manos pecadoras de Marcel Duchamp el libro de arte se convierte en libro de artista. Maletín y caja de sorpresas. Fotografías, dibujos y notas. Textos enigmáticos, que incitaban a la reflexión. Quién sabe si soldado de plomo o, en una cajuela transparente, un gran escarabajo de tornasolado caparazón. ¡Esto ya es el colmo!

El libro de arte es el mayor difusor de la cultura universal, la brújula cultural de todo el occidente grecolatino. Alabada sea por siempre su muy inefable realidad. Existe el libro de arte, ¡qué felicidad!