Cristina López Schlichting
¿Relleno de serrín o de trapo?
Lo peor no es que momifiquen a Chávez, sino que le pongan chándal. No es tan fácil decidir cómo vestirlo, no se crean. Lenin estuvo mucho tiempo expuesto en la Plaza Roja –tuve el placer, no saben qué angustia– y llevaba traje, que es lo que le pega a un cadáver, pero el mandatario venezolano no puede llevarlo porque quedaría capitalista. ¿Militar? No sé si es suficientemente obrero. Tampoco hábito, porque aunque era cristiano, se ciscaba a menudo en los obispos. Evo Morales le podría prestar un jersey de lana de llama, pero eso es más boliviano que nacional y el héroe era sobre todo patriota. Así que sólo queda el chándal, rojo o con los colores de la bandera. Un dolor. Si eso pasa, enterramos a Ussía por un perendengue estético. La idolatría del poder tiene estas cosas. A mí la histeria colectiva siempre me da grimilla. La vimos en el entierro de Jomeini, cuando las masas se peleaban por el cadáver envuelto en una sábana o en el último deceso de dictador coreano. No es fácil sustraerse al efecto. En junio de 1989 Alfredo Semprún me mandó a Hungría con motivo de la rehabilitación política de Imre Nagy, el héroe de la revolución antisoviética de 1956. Recorriendo Budapest me vi atrapada en una concentración comunista y, aplastada por dos paredes de masa humana, empecé a levantar el puño como los demás. De repente me paré ¿quéeeee estaba haciendo? Comprendí que los ardores multitudinarios se pegan como la peste, sobre todo a las personas temperamentales, y decidí no volver a sumarme a un mitin en mi vida. Los populismos funcionan con esquemas bastante simples. Reclutan jaleadores a cambio de comida, reparten limosnas pagadas con el dinero de todos y exigen fidelidad a muerte. Lo hacen Hamás, los Hermanos Musulmanes, los bolivarianos y hasta Rafael Escobar. Todavía se recuerda en Colombia el llanto de las multitudes cuando murió el capo de la droga, un populista clásico que cuidaba su imagen haciendo escuelas, repartiendo bolsas de comida y prodigando ayudas en los barrios marginales. A fecha de hoy la gente sigue peregrinando a su tumba. Nada de todo esto es muy racional, pero funciona y los listos lo saben. No quiero ni imaginarme las romerías a la tumba del caudillo en Caracas. Yo ya tengo preparada una banderita con el «¿Por qué no te callas?» y la tartera de viaje. Ah, y he creado el hashtag #momiaenchandal donde se discute si el finado irá relleno de serrín o de trapo.
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