Julián Redondo

Renglones torcidos

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Tenía Mireia Belmonte doce años cuando ingresó en el Centro de Alto Rendimiento de San Cugat. Recuerda Jordi Murio, que la entrenó hasta los 16, que era una niña tan tímida como decidida. Al preguntarle sobre lo que esperaba de la natación, no dudó, una medalla de oro en los Juegos Olímpicos. En Londres se colgó dos de plata y lo que parecía la pista del despegue definitivo se torció, como esos renglones que Dios escribe. Problemas con el Club Natación Sabadell, meses de inactividad y la más prometedora de las carreras, al borde del abismo. Con 21 años sopesó la retirada.

José Luis Mendoza, presidente de la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM), que además de madridista es un entusiasta del deporte, vio por televisión la desesperación de Mireia y tuvo una idea: becarla. Hacer lo humanamente posible para que quien quizá sea hoy la mejor deportista española de la historia continuara nadando por la calle del éxito. Hubo acuerdo en el primer contacto; pero estaba sujeto a una condición: los estudios. Mireia cursaba en Barcelona Dirección y Gestión de Empresas; no le entusiasmaba. En la UCAM optó por Publicidad y Relaciones Públicas, tiene exámenes el próximo día 22, lo cual no será una excusa para dejar de entrenarse.

Cuando en marzo pasado la Asociación Española de la Prensa Deportiva la distinguió con uno de sus premios anuales, Fred Vergnoux, su entrenador, la permitió subir desde Sierra Nevada a Santander si no interrumpía el programa de entrenamientos. Nadó cinco horas en una piscina. Podría decirse que es un robot; nada más lejos de la realidad. Inundaba el Cantábrico el hall del hotel Chiqui y Mireia, que tenía habitación en la primera planta, nos pidió un favor: «¿No podrían trasladarme a una más alta?». A que es muy humana.