Martín Prieto
Republicanismo de peluche
Durante la Transición se cometieron muchos errores de vértigo histórico. Por miedo a los independentistas se taraceó un Estado autonómico de café para todos que ha dado en el deshilachamiento nacional de hoy, y por temor no se calzó la Constitución con un referéndum previo sobre la forma del régimen que hubiera sido ampliamente favorable a la Monarquía juancarlista. La horripilación de otra guerra civil solapó el repeluzno a un refrendo republicano que no hubiera sido. Enrique Múgica y Javier Solana censuraban en «El país» los alegatos de Antonio García Trevijano, para luego echarme la culpa a mí, y es que una tercera república sólo anidaba en el almario de la caverna, del llamado búnker. Tal como ahora mismo. El republicanismo español nunca fue de masas. En 1873 los republicanos salían de los comités y de las sociedades de amigos del país, y en 1931 del revolucionarismo soviético, anarcosindicalista y fascista. Hoy el republicanismo es una enfermedad oportunista que medra en el caos moral de la nación y no puebla ni en los ateneos. Jorge Vestrynge regenta un chiringuito bolivariano pero cuando pidió ingresar en el PSOE, Alfonso Guerra dijo que para cuando las ranas criaran pelo. El franquista Miguel Ángel Revilla que iba en taxi a La Moncloa cargado de anchoas y sobaos, hoy convertido en telepredicador, carga contra la Infanta en apuros y afirma muy suelto de cuerpo que la evasión fiscal cubriría nuestra deuda y evitaría los recortes. De peluche. La desconfianza es libre, no se ha ido del cuerpo, y por grima no hay tejido social ni para abdicación ni república, aunque la popularidad de las instituciones y sus figurantes esté en ascensor, subiendo y bajando como la prima de riesgo. Para cultivar champiñones hay que alfombrar de bosta una cueva y taparla: mucha mierda y nada de luz. La crisis extendida a centenares de casos judiciales eternizados ha hecho brotar el hongo que comienza a resultar alucinógeno. Para propiciar, precisamente ahora, llevar a la rojigualda el morado del pendón de Castilla, hay que haberse indigestado de tortilla de champiñones, y de postre, peyote.
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