Julián Redondo
Rescate deportivo
El día en que Alfredo Landa cumplía 80 años sin enterarse, que se rompe el corazón y llora el alma con estas cosas de la vida, esas pérdidas de memoria, de recuerdos, de caras de familiares y amigos, Rafa Nadal jugaba su tercera final y ganaba la segunda consecutiva. Apuntó maneras en Viña del Mar, «cuidado, que voy»; derrotó a Nalbandián en São Paulo, «ya estoy aquí», y dio el do de pecho en Acapulco, «lo prometido es deuda». Ocurrió lo tantos meses esperado; «en esa tierra mexicana donde jamás se pone el sol, brilla en la noche americana la luna lejana del cielo español...», cantaba Luis Mariano. ¡Y vive Dios que como Nadal no hay dos! Sólo necesitó una hora y cinco minutos para imponerse a David Ferrer. Sí, ¡a David Ferrer! Terminó el partido de los compatriotas y amigos y el mallorquín confesó emocionado que había disputado uno de sus mejores encuentros en la superficie que le vio nacer, la tierra. Arcilla sobre la que ha moldeado la mayor parte de sus éxitos. Rafa ha vuelto, es él. Y Ruth Beitia, paloma alada, funambulista que levita sobre el listón, no se fue, afortunadamente para el atletismo español, tan necesitado de triunfos, de reconocimientos, de buenas noticias y de medallas. Fue cuarta en los Juegos de Londres e insinuó la retirada. Lo pensó mejor. Intuía que en los europeos de Gotemburgo iba a descubrir una mina y encontró oro. Fueron plata Isabel Macías, Juan Carlos Higuero y Kevin López. El querido y admirado Landa, aficionado al deporte, de saberlo lo hubiese celebrado, como su cumpleaños. Felicidades.
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