Lucas Haurie

Revolución ma non troppo

El encierro en las mazmorras del zar y posterior destierro a Siberia de Lenin; el exilio de Fidel Castro a México tras el fiasco del asalto al Cuartel Moncada... El camino de la revolución está plagado de piedras en las que Diego Cañamero y su mentor, Sánchez Gordillo, no están dispuestos tropezar. Anunciaron la toma de Gibraltar, una espina imperialista que lleva tres siglos clavada en su corazón proletario, envalentonados por los rutilantes éxitos de sus guerrilleros en las anteriores campañas estivales: el heroico saqueo de un Mercadona; la gesta de interrumpir, Meyba paquetero en ristre, el baño de la clientela de un hotel; y el camping de una noche en un polígono de tiro del Ejército después de haberles asegurado el Alto Mando que ningún soldado haría prácticas mientras estuviesen allí. Pero la toma del Peñón es otra historia porque cuando se violenta la frontera del Reino Unido, existe el riesgo cierto de que un bobby te ponga las esposas y te embarque en el primer avión con rumbo a Londres, donde a un señor muy serio (pese a estar tocado con una peluca ridícula) le costará entender el hondo calado humorístico de las gamberradas veraniegas del jornalero andaluz. Como los jueces británicos no son amigos de las absoluciones folklóricas tan frecuentes por estos pagos, la broma podía costarles a sus instigadores unos añitos de calabozo. Una cosa es una cosa y seis, media docena. Así que cambiaron la pugnacidad conquistadora por un menos peligroso vocerío a este lado de la verja, lanzaron sus consignas demagógicas de rigor, desplegaron sus banderas multicolores con la inefable estrella roja y dejaron el acostumbrado reguero de basura a su paso, en esa rara asimilación que hacen entre la lucha revolucionaria y la renuencia a utilizar las papeleras. Gibraltareño que pasaba por allí, gibraltareño que se iba descojonado.