Enrique López
«Rex corrupta»
La corrupción surge como consecuencia de un gran déficit de moral, ética y, sobre todo, de respeto a la ley. De la fortaleza de las instituciones democráticas, de su independencia, y del grado de respeto que a este funcionamiento interno tengan el resto de poderes instituidos o no, dependerá el éxito de la lucha contra la corrupción. Esto ha sido así desde que el hombre es hombre-v.gr. en El Deuteronomio, otro de los grandes libros del AT, muestra referencias claras: «No torcerás el derecho, no harás acepción de personas, no aceptarás soborno, porque el soborno cierra los ojos de los sabios y corrompe las palabras de los justos». (Dt, 16, 19).-. Hace ya tiempo tuve la oportunidad de escribir aquí mismo que en la educación está el principio de la solución, pero a ello se le debe unir el funcionamiento robusto de las instituciones encargadas de prevenirla, perseguirla, y castigarla; pero una educación en un sistema de valores en el que se prime el esfuerzo, la preparación, la cultura y, sobre todo, la excelencia, y no una educación de mediocres donde se prime al ventajista, al tramposo y, sobre todo, al vago listillo. Corromper desde un punto de vista semántico es trastocar la esencia de una cosa, esto es, echar a perder, destruir, arruinar, dañar, pudrir, y por ello corrupto es todo aquello que ha perdido su razón natural y se manifiesta de forma degenerada o descompuesta. Y esto sólo se predica de las personas y no de las instituciones, ante lo cual pongamos énfasis en los comportamientos individuales y no tanto en las instituciones. No hay estado federal o compuesto en el mundo que no esté provisto de Senado; no nos confundamos. El segundo eje de actuación después de la educación es la prevención, y por ello debemos establecer medidas de control eficaces que nos ayuden a detectar los actos corruptos desde su génesis, y no tener que esperar a la actuación de la Justicia a través de la investigación y enjuiciamiento. Para ello se deben establecer modelos de organización y gestión que resulten adecuados para prevenir delitos de esta naturaleza, al igual que se les requiere a las corporaciones privadas, si cabe, mayor grado de exigencia. Finalmente, cuando esto no haya sido suficiente para evitar los actos corruptos, debe actuar la Justicia, enjuiciando y castigando. Pero no se debe caer en el error de colocar la actuación de la Justicia en el primero de los lugares ante la lucha contra la corrupción, porque así estaremos actuando a través de quimioterapia, y no de prevención y curación del tumor. Por ello, es un error entender que sólo mejorando la Justicia y con más medios se lucha mejor contra la corrupción; no hacen falta más medios, se debe actuar con mayor diligencia y gestión evitando los tiempos muertos en la investigación. Decir que limitar los plazos de instrucción fomenta la corrupción es absolutamente erróneo, además de injusto. Pensar que somos los jueces, fiscales y policías los que podemos acabar con la corrupción es pueril, además de arrogante. Primero educación, luego prevención y por último ratio la justicia, y todo en las adecuadas dosis.
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