Pedro Narváez

¿Rivera pedirá la expulsión de Messi?

El centrifugado electoral está a punto de encender el piloto rojo. Fin del ciclo. La ropa que no llevaba Albert Rivera quiere que luzca ya como en aquellos anuncios de detergentes «vintage» en los que nos deslumbraba el blanco como antídoto de la cochambre que todavía era la España de Naranjito por más que nuestra dignidad nos hacía ir impolutos como para una boda. Pero el blanco de Rivera es un blanco roto, ese nombre de poesía costurera que inventaron los modistas para dar nombre al tono que no llega al beis. Como un blanco para daltónicos imposibles. En algunos sitios se ve de una forma y en otros de otra. Esa línea de pimpinela escarlata que trazó el líder de Ciudadanos se desdibuja según el día, la hora, el lugar. El color de los imputados tiene matices. El de Chaves no les cuento. El político convertido ahora en el hombre invisible o en el emperador al que Susana Díaz ve con ropajes de oropel pero que como en el cuento va desnudo, y no a la manera del señor Albert. Y puestos a tratar a los imputados por igual, que es la negación de la Justicia para el que quiere ser justiciero, debería pedir que la transparencia llegue a todos los rincones y se extienda como una de las plagas de Egipto de la que sólo se salvaron los que a sus puertas anunciaban a los dioses que eran de los suyos. Que no suenen más discos de Ramoncín y que Messi se vaya del Barça, el equipo de Rivera, ahora que el argentino se sienta en el otro banquillo. Sí, sería ridículo, como tantos gestos que estamos viendo. Ha de tener cuidado con las buenas intenciones y con las plegarias atendidas. Lo advirtió Santa Teresa y Truman Capote. Lo peor es que se cumplen.