Julián Cabrera
Salvamento envenenado
El «soldado Sánchez» ya fue salvado tras unos comicios municipales y autonómicos en los que el Partido Socialista recuperó amplias cuotas de poder pactando –no negaremos que legítimamente– con todo lo que se moviera que no fuera PP a pesar de haber cosechado su peor castigo en las urnas. Quien cabalga desde hace meses a lomos de un tigre ya sabe cómo salvarse y las espadas que elige.
Que el «sudoku» político creado con el resultado electoral es inédito y endiablado, aunque resoluble a poco que haya sentido de la responsabilidad, es un hecho tan certero como que en años de democracia en nuestro país, la izquierda nunca ha desaprovechado la oportunidad a toda costa y a cualquier precio de pactar con el mismísimo diablo con tal de arrebatarle el poder a los conservadores. Es una máxima casi genética.
El líder socialista Pedro Sánchez ha cosechado el peor resultado que se le recuerda al PSOE en una elecciones generales, pero sabe que la única bala que le queda en la recámara de la supervivencia política es la de tocar gobierno sacando al PP de pista. Su posición cada vez más claramente marcada tras el encuentro mantenido hace cinco días con Rajoy en La Moncloa viene a certificar que, a pesar de los riesgos para la estabilidad institucional y para la propia integridad del Estado y a pesar de las advertencias en clave interna de su partido, forzará jugar la baza aun vendiendo si es preciso las joyas de la abuela.
Ha dicho el líder del PSOE que intentará formar un «gobierno estable» y eso es ya toda una declaración de intenciones ante la «accionista mayoritaria» del partido, Susana Díaz. Sánchez ha recibido desde el minuto uno poselectoral un claro y contundente canto de sirena desde Podemos a cargo de un Pablo Iglesias que trufa un triple fuego cruzado, el de la incapacidad del secretario general socialista por estar atado de pies y manos a cargo de los suyos, el de la necesidad de arrojar al averno a la derecha y el de una profunda reforma constitucional a la que no le salen los números.
Sánchez podría albergar la esperanza de un acuerdo con Podemos limadas las exigencias iniciales de máximos por parte de la formación de Iglesias, pero aun así nada sería suficiente de cara a una investidura sin al menos la abstención de Ciudadanos, y aquí es donde entraría en juego el pánico de la formación de Rivera a una repetición de elecciones con el depósito de la gasolina vacío.
Esta vez el empecinamiento por echar al PP del gobierno de la nación puede tener un coste que iría mucho más allá de una mera derogación de la reforma laboral o de la ley de educación. A la escala de valores del eventual batiburrillo de socios no les chirría lo de dejar «kaput» la actual concepción del Estado, por eso hoy el comité federal socialista tendrá que definirse ante la gran paradoja de pretender gobernar y a la vez digerir la realidad de un enclenque grupo parlamentario. Todo un papelón.
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