César Lumbreras
San Nicolás, en Valencia
Con la boca abierta. Así me quedé hace pocos días, cuando en un viaje a Valencia tuve la oportunidad de entrar en la iglesia de San Nicolás, situada en el centro. Me habían comentado que merecía la pena una visita después de la restauración de sus frescos, que ha costeado en su totalidad la Fundación Hortensia Herrero. Leí algo de lo que se ha publicado a lo largo de los últimos meses, tras la inauguración en febrero de la nueva imagen del templo. Pero la verdad es que lo que me habían dicho, lo leído y las fotos que había podido ver se quedan cortos ante los resultados conseguidos por el equipo dirigido por la catedrática valenciana Pilar Roig. Es muy difícil explicar los sentimientos que le embargan a uno, cuando contempla los metros y metros de frescos pintados en las paredes y, sobre todo, en las bóvedas del templo. Para hacerse una idea de la magnitud de la obra acometida ahora, y que en su tiempo realizaron los autores originales, Dionís Vidal y Antonio Palomino, baste decir que se trata de frescos pintados sobre casi 2.000 metros cuadrados de una superficie que, siendo muy suaves, se puede calificar de irregular, frente a los 800 metros cuadrados del cielo de la Capilla Sixtina del Vaticano. Las pinturas tienen carácter narrativo y en un lado se cuenta la vida y milagros de San Nicolás, mientras que en la otra parte se narra la historia de San Pedro Mártir, el otro santo al que está dedicada la iglesia. Tuve la suerte de coincidir con Pilar Roig, que me explicó algunos de los detalles y anécdotas que se produjeron durante los más de tres años de trabajos. Al final de los mismos, Gianluigi Colalucci, que ha sido el restaurador del Vaticano, visitó el templo y no pudo menos que exclamar «¡Viva la Capilla Sixtina valenciana!». Pues eso, que es un pecado ir a Valencia y no pasarse por allí.
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