Debate de investidura

Sánchez, encerrado en su laberinto

La Razón
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Era sabido, desde luego, pero otra vez quedó patente, aunque su escenificación sólo pueda suscitar desaliento: la relación de Pedro Sánchez con Mariano Rajoy resulta imposible, ni siquiera guardan las formas. Ya prefieren no disimular. La evidencia de que la conexión personal (y, lo que es peor, política) está hecha añicos llegó en apenas 20 minutos. En un gesto de desprecio sin precedentes entre líderes políticos españoles, Sánchez tachó de «perfectamente prescindible» el encuentro y se aferró al «no es no». Las cosas están igual que el 27-J, como si nada hubiera pasado desde entonces. «Tengo más razones para votar no», sostuvo el secretario general del PSOE refiriéndose al pacto con C´s que, a sus ojos, «es un acuerdo de Gobierno continuista y conservador».

El relato de Sánchez sigue siendo el del respeto de los tiempos. Es el momento de Rajoy: es decir, en la mente del secretario general del PSOE, «es el momento de que fracase». Sin embargo, sigue siendo incapaz de armar una propuesta que permita que conviva su negativa al PP con su rechazo a unas terceras elecciones. «El PSOE estará siempre en la solución», repite, abierto a interpretaciones. «Cuando lleguemos a ese río, cruzaremos ese puente», añade en tono críptico. Se puede decir más alto, pero no menos claro. ¿Nada por hacer? ¿Algo que esperar? Entre gente notable del socialismo, incluso entre ex altos cargos, se abre paso la idea de forzar un Comité Federal. Algunos barones regionales se quejan ante su círculo de la imagen que ofrecen: estar corriendo como pollos sin cabeza asustados por el desafecto de la militancia; pues en sus manos tienen convocar la reunión orgánica reclamándola al unísono y con una sola voz.

Sánchez no es ajeno a esa corriente de críticas que, tras las bambalinas, resuenan entre sus huestes con cierto mando en plaza. Pero también sabe que todos en su partido están mirando de soslayo las autonómicas vascas y gallegas. Por tanto, tiene garantizado el «prietas las filas» hasta el 25-S. Es consciente, además, que cuanto más pelee con Rajoy más apiñada tendrá a su militancia. El panorama resulta ciertamente incómodo, cargando con el sambenito de ser «responsable de una vuelta a las urnas». Y ello por mucho que trate de colocar en el tejado de Rajoy la responsabilidad de buscar una salida a la gobernabilidad. Sabe el líder del PSOE que algunas conciencias, incluso muy próximas a él, andan ansiosas por dar una larga cambiada a tan agobiante asunto para centrarse en la venta de una alternativa como principal partido de la oposición. Quieren dar sentido a su mandato con un proyecto socialdemócrata atractivo, alternativo al PP, capaz de insuflar algo de confianza en sus filas. Pero él cree que quien facilite el gobierno de Rajoy nunca podrá ser el líder de la oposición. Y eso pesa mucho cuando se tienen las alforjas (intelectuales e ideológicas) cargadas sólo para sobrevivir personalmente.

Ciertamente, hay gente bien informada en el seno de la formación socialista a la que empieza a preocupar seriamente el atrincheramiento de su secretario general. Cuentan que tanta cerrazón ha acabado por convertirlo en un personaje solitario. Un político encerrado en su laberinto. Aunque, eso sí, rodeado de un equipo que, salvo contadas excepciones, sólo dicen aquello que Sánchez quiere escuchar. Así las cosas, aquellos que fiaron el desbloqueo a un estallido interno que hiciera cambiar de opinión a la cúpula de Ferraz hoy sólo miran al castigo electoral que pueda recibir el PSOE en las vascas y gallegas. Y esto está lejos de ser una quimera. Como me dice un ilustre crítico socialista madrileño: «Habrá que ver qué hace el partido ante el riesgo colectivo».