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Sangre y oro

La Razón
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Es recordado cómo los excelentes conocimientos de waterpolo de Hungría (los húngaros, un país sin relación con el agua, líderes en la piscina) fueron usurpados por los rusos tras la mortífera invasión de la URSS. Los militares soviéticos obligaron a que los jugadores húngaros entrenaran a los suyos, coaccionándoles para compartir tácticas y métodos de resistencia. Y cuando ambas naciones se encontraron en la semifinal olímpica de Melbourne (1956) el partido pasó a la Historia como el «Baño de sangre». Sin metáforas. Si la industria del entretenimiento y su subdivisión, la deportiva, apela al espíritu olímpico es porque el deporte conserva la última ficción del respeto a las reglas. Ya. En la alta competición hay cuello blanco, «under-the-table» y otras modalidades refinadas, pero también opera el estallido de rabia. Tonya Harding, una estrella del patinaje artístico de los noventa adorada por el público, estaba en el ajo cuando su entonces marido contrató a un matón para reventarle la rodilla a su rival, Nancy Kerrigan. El 6 de enero de 1994, a seis semanas de la celebración de los Juegos Olímpicos de Invierno en Noruega, un bastón desplegable arruinó la pierna de su principal competidora. Y Tonya fulminó su futuro deportivo: se declaró culpable de encubrimiento, prestó servicios a la comunidad, aceptó recibir tratamiento psiquiátrico y fue desposeída de su licencia en Estados Unidos. Con veinticuatro años empezaba otra condena: desprenderse de todo lo que había sido. Se divorció, se volvió a casar con un operario de montaje, cambió su apellido, fue soldadora, obrera de la construcción y anduvo por Los Ángeles prestándose a participar en programas de TV con joyas mediáticas: delincuentes, convictos y otras «prime donne». Hace unos años vendió su vida para un guión por 1.500 dólares. «Yo, Tonya», que llegará hacia mediados de febrero a España, explica su trayectoria y humaniza su error. Fuera del «show-business», dando esporádicas clases privadas de patinaje a 50 dólares la hora, veremos si el público atiende su explicación.