Alfonso Ussía

Saturación

El significado religioso de la Navidad ha pasado a un segundo plano, vencido por el furor comercial. Lo mismo sucede con la Semana Santa, que parece inventada por las agencias de viajes. Pero la presión mercantil que en la temporada de Navidad se impone, resulta devastadora. En mis tiempos de niño, los adornos, los nacimientos, la decoración navideña de los hogares y demás complementos religiosos o laicos, aparecían en la primera semana de diciembre. Ahora, ya en noviembre están las tiendas y almacenes adornados, y se oyen villancicos cuando aún no se han marchado del todo los calores del verano. El día más prodigioso de la Navidad, también conmemorativo de un singular hecho religioso, la Epifanía, la visita de los Reyes Magos de Oriente al portal de Belén para ofrecer sus regalos y obediencias al Niño Dios, establece el final de las fiestas. Es un día que lucha por sobrevivir por su singularidad española. Pero ante todo, es el día que se anida en las memorias de los niños y queda ahí, anclado para siempre.

Entiendo que no es políticamente correcto lo que voy a escribir. Lo correcto es la pena, la tristeza y la frustración. Nada de eso. Mis días de Reyes cuando niño, fueron fabulosos. Éramos diez, y los Reyes Magos fueron siempre generosísimos con todos. He intentado seguir la tradición del pasmo ante los regalos con mis hijos, y ahora con mis nietos. Nada hay de derroche en este esfuerzo. Esa visión mágica de los juguetes extendidos por suelos y sillones nos hace a todos mejores. Lamento profundamente, hasta el tuétano del alma, que otros niños no reciban de los Reyes el mismo trato que los míos. Vivo de lo que escribo, y muy poco recibí de mis mayores. Lo que me correspondía me lo quitaron. Pero el día de Reyes es sagrado. No hay esfuerzo que no merezca la pena. Esa ilusión, esa visión multicolor y esplendorosa, se queda para siempre en los recuerdos de los niños. Y ayudan en el futuro a vencer envidias y resentimientos. Me lo decía un compañero de trabajo, bastante esquinado con la vida: –A mí los Reyes me trajeron dos años carbón–; –pues tus padres eran unos cabrones–. Y la razón me daba.

El milagro histórico de los Reyes ante el hijo de Dios, es también un milagro en la inocencia de los niños. Papá Nöel y Santa Claus, séame permitido opinar, son unos pelmazos, además de invasores de nuestra tradición. El día de Reyes es fuente de millones de ilusiones cumplidas, en el que cada niño se considera el más importante del mundo por haber sido motivo de la atención especial de Melchor, Gaspar y Baltasar. Una fe sin fisuras, a pesar de las insoportables Cabalgatas que no procuran otro fin que quitar a los niños la venda de los ojos. Pero ni por esas. Hace muchos años hice, en los días previos al de Reyes, de Melchor. Y jamás los niños me miraron como en aquella ocasión. Podría haberme quitado la barba blanca, la corona real, el manto y el anillo, que los niños hubieran seguido mirándome como sólo se contempla a un milagro. La política ha nublado nuestra tradición. Me dicen que en Cataluña y el País Vasco, celebrar el Día de Reyes es prueba inequívoca de «españolismo». Hasta ese punto han llegado algunos desalmados. En el País Vasco los regalos los reparte el «Olentzero» o algo parecido, y en Cataluña los Pujol, que sólo se regalan a ellos mismos. Ellos se lo pierden. Pero sobre todo, sus hijos, que no entienden el agravio comparativo.

–Mis padres no creen en los Reyes Magos porque son españoles–.

Nos queda, para terminar la Navidad, el día de Reyes. A partir de ahí, volverá la normalidad, y de las calles serán retirados los adornos y los árboles luminosos. Es bueno dejar atrás la saturación comercial de las fiestas navideñas, pero haciendo un último esfuerzo de generosidad con los niños que nos rodean. La culminación no es otra cosa que alcanzar lo más alto, y lo más alto de las fiestas navideñas lo marca el día de Reyes.

Tiene tanto de milagroso, que muchos padres y abuelos, cuando ya han terminado de poner los juguetes y regalos en los territorios domésticos de cada casa, al ver cumplida su obra, se desentienden de los gastos, las facturas y los derroches, y creen a pies juntillas que esa maravilla de ilusiones reunidas son, en realidad, obra de los Reyes Magos.

En mi casa, tamaña descoyuntura de la normalidad se produce. Agotados por la distribuición y colocación de los juguetes, apagadas las luces, preparadas las copas para Melchor, Gaspar , Baltasar y los pajes, y las zanahorias y lechugas para los camellos, a la espera de la mañana del 6 de enero nos comentamos.

–Este año los Reyes Magos se han portado muy bien–.

Y el sueño abraza mejor que en el resto de las noches del año.