César Vidal
«Secretos confesables»
En Estados Unidos existe una curiosa costumbre que es la de sacar a la calle un libro que, en su contraportada, ya cuenta con una serie de testimonios favorables. Se trata de gente versada en el tema que ha leído anticipadamente la obra y que, satisfecha con el resultado, se permite recomendarla. En España, se repite, sin embargo, un mecanismo diametralmente opuesto. Gente que no ha leído un libro lo pone de vuelta y media e incluso, en ocasiones, se jacta de sólo haber realizado unas calas. Así la recomendación con base se sustituye por la condena sin lectura. No he conseguido dar con las raíces de semejante vileza carente de la menor honradez intelectual, pero la he presenciado en los últimos días en relación con «Secretos confesables», el libro de memorias de Alfredo Fraile. Dado que, en su día, fue el primer mánager de Julio Iglesias, Fraile ha sido arrojado al foso de los necios y los iletrados. Es una pena porque el libro se lee con auténtico agrado y no lo digo porque yo estime especialmente el género de las memorias. La razón no se halla sólo en lo que pueda decir de Julio Iglesias. Si se me apura tampoco en lo que revela sobre Hassan II de Marruecos, Adolfo Suárez o Silvio Berlusconi, por un lado, o Frank Sinatra, Willie Nelson, Manolo Escobar o Dany Daniel, por otro. La causa fundamental es que sus páginas recogen un retrato muy ajustado de una familia convencida de que hay que entregarse con tesón al trabajo porque, de esta vida, sin esfuerzo, no cabe esperar mucho. Alfredo Fraile viene de históricos del cine español que, hechos a sí mismos, lo mismo aconsejaron a Borau que asistieron a Sergio Leone cuando se traía a Lee Van Cleef y a Clint Eastwood a dirimir a tiros sus diferencias en un cementerio del norte de España o vieron cómo Alain Delon arrasaba con cualquier elemento femenino que se le pusiera por delante. Ese entorno marcó su vida y así se puede contemplar en cada página del libro porque Fraile ha sido testigo del inicio, prácticamente desde cero, de no pocas cosas y también del final de otras tantas. Da la sensación, al concluirlo, de que los dispuestos a trabajar siempre acabarán saliendo adelante. Sobrevivirán a las crisis económicas, a la desaparición de regímenes, a los cambios de gobierno e incluso a la emigración. Para comprenderlo, lógicamente, hay que hacer lo contrario de ciertos chisgarabíes, es decir, leer el libro.
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