Alfonso Ussía
Sem..
Por estas fechas, dos decenios atrás, murió Sem. Un labrador de pelo negro, pelmazo y maravilloso. Estaba convencido de que la calle era suya y se enfrentaba a todos los perros, que con todo derecho, la ocupaban. En casa era un prodigio. Me acompañaba mientras escribía, y ocupaba su rincón en mi despacho cuando oía música. Tenía el gusto musical muy desarrollado. No le llenaba la ópera, y sí la música sinfónica, romántica o barroca. Era yo en aquellos tiempos un leal y constante enamorado de la música folclórica argentina. Del norte de Argentina, Salta, Jujuy, El Chaco... Los ríos Paraná y Uruguay, venas de arte y de riqueza. Y guardo todo de «Los Chalchaleros», «Los Fronterizos», «Los Trovadores del Norte», «Los de Salta», y claro, del gran Eduardo Falú y el inmenso Jorge Cafrune. Larralde me parece un cursi. De la música folclórica argentina me emocionan, principalmente, las zambas, las vidalas y alguna chacarera. Y Sem coincidía. Con las zambas de don Ata –Atahualpa Yupanqui–, que interpretaban maravillosamente «Los Chalchaleros», Sem cerraba los ojos y parecía dormir, cuando se trataba de una concentración para entender mejor aquello que tanto le gustaba. He sido –y soy–, gran amigo de «Los Chalchaleros», de los cuatro últimos, El Gordo Saravia, Polo Román, Pancho Figueroa y Facundo Saravia. El Gordo, Juan Carlos Saravia fue uno de sus cuatro fundadores, junto a Pelusa Franco Sosa, Zambrano y Aldo Saravia. Pero también pasaron por el conjunto, siempre sumando cuatro voces, Saravia Toledo, Dicky Dávalos, y el formidable Ernesto Cabeza. Los grandes señores del folclore argentino, aunque «Los Fronterizos» eran también formidables, más dados a la cursilería en la elección de las canciones y su manera de cantarlas. El campo gaucho, salteño o jujeño, es un campo macho y duro, y así lo entendió Sem que no toleraba aquello que Foxá, en su soneto a Celia Gámez, denominó «memeces argentinas». Y Cafrune y Falú, con Horacio Guaraní, prodigios de talento. Una tarde, despistado, puse una zamba, «Mantelito Blanco», la más cursi de las cursis, y Sem gruñó. Y a Sem le gustaba el folclore ruso, las baladas francesas, la música irlandesa, algunos «country», la buena música religiosa y Pavarotti, Plácido Domingo, Alfredo Kraus, Guiseppe Di Stéfano y Mario del Mónaco. Con Carreras me miraba con desaprobación.
Sem era incapaz de recibir con grosería y ladridos a los que visitaban mi casa. Podía haber tocado el timbre el «Comando Madrid» de la ETA, y con anterioridad a pegarme el tiro, llevarse todos ellos cariñosos lametones. Pero no soportaba al resto de los perros, fueran grandes, medianos, pequeños, de raza o callejeros. Abominaba especialmente de los pequeños blancos y algodonosos, y si llevaban lazo o abriguito, intentaba tragárselos de un solo bocado. –Su perro es un asesino–, me dijo en cierta ocasión una señora. Le pedí disculpas por su comportamiento pero también me sentí obligado a darle una explicación. – Sólo quiere asesinar a su perro, señora, que parece una niña histérica-; -pues es un niño-; me indicó; -pues vaya por Dios-.
Siempre quería comer. Me dijo el veterinario. –Si no lo mantienes a dieta, se morirá muy pronto-. No hice caso al veterinario. Un perro es feliz comiendo, y jamás le privé de esa felicidad. Los fines de semana se desahogaba en el campo, y cuando el verano llegaba, su mayor placer –como el de todos los labradores–, era el de correr por la playa y nadar en la orilla de Oyambre o de Gerra, obedeciendo al instinto de sus antepasados. Lo llamé Sem en homenaje a Gustavo Adolfo y Valeriano Bécquer, que tal era su seudónimo cuando escribieron y dibujaron su gran libro satírico adverso a Isabel II. Su nombre de pila, elegantísimo: «King Of Corthy». En su memoria, oigo en estos momentos «El Arriero va», interpretado por «Los Chalchas» en honor de Atahualpa Yupanqui. Murió en otoño,y en la calle cesaron los ladridos. En el cielo de los perros, ya se habrá comido al perrito blanco algodonoso.
Bien, Sem.
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