Cristina López Schlichting
Ser como Tony
Hay que agarrarse como a un clavo ardiendo al ejemplo de Tony Leblanc o -para los afortunados que tengan- los abuelos. No podemos cambiar de coche o improvisar un viaje a Nueva York, pero se nos olvida el tiempo en que la gente moría por no poder comprar penicilina. Leblanc tenía 14 años en la Guerra Civil y representa a esa generación que pasó en la posguerra más hambre que el perro de un ciego. Hijo de un conserje del Prado, lo intentó todo para esquivar la pobreza: boxeó, jugó al fútbol, cantó, bailó y no paró hasta triunfar sobre las tablas en 1944. Nati Abascal, que fue su novia, me decía que no entendía por qué se puso a «hacer y decir tonterías» pero -sin contar que era un extraordinario actor cómico- Leblanc hizo carrera en un tiempo en que se trabajaba para dar de comer a la familia. Luis del Val contaba ayer que el actor hacía dos funciones de tarde, actuaba después de madrugada en un cabaré, rodaba por la mañana en Chamartín y echaba una siesta antes de empezar de nuevo. La forma furiosa de rendir de esa generación sólo se explica desde el acicate del hambre. Porque Tony no era el único, he conocido redactores de periódico que decían haber tenido hasta tres empleos simultáneos. Siempre me he preguntado cuándo dormían. Y todo con una sonrisa. No sé si podremos estar a la altura.
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