Alfonso Ussía

Series

Tengo un amigo, reputado y joven letrado, que sigue con pasión una serie de «Antena-Tres» que se emite con el título de «El Secreto de Puente Viejo». Me ha confesado que comenzó a verla cuando ya llevaba algunos meses de emisión, y que lo hizo una mala tarde de gripe con fiebre alta. Que su hijo nació cuando el «Secreto de Puente Viejo» alcanzó los primeros cien capítulos en la parrilla, y que en el próximo mayo su niño hará, Dios mediante, la Primera Comunión. Está consternado. «Al principio iba con los buenos y detestaba a los malos, pero ahora aborrezco a todos. La mejor noticia que podrían darme al día de hoy es que ha caído un meteorito sobre Puente Viejo y que no ha quedado ni el gato».

Hay algo de perversión en el alargamiento artificial de las series que dependen del éxito de audiencia. Hubo un tiempo en el que me enganché a «Cuéntame». Se emitía una vez por semana, y el enganche nada tuvo que ver con los guiones y los elementales tics de sus personajes. Me enganché por Ana Duato, por su belleza y naturalidad. Me encanta la forma de trabajar de esta gran actriz sin pretensiones, tan discreta en su vida y tan formidable en el dominio de la medida. Actúa, no sobreactúa, y eso en España es milagro. Pero me harté de «Cuéntame» por su extensión ilimitada.

Mi amigo me dice que «Puente Viejo» es un pueblo con gente muy rara, y que pasan más cosas en esa pequeña aldea que en Nueva York, pero que ya no asombran. Que los malos son malísimos y que los buenos, completamente lerdos. Que está bien ambientada y que hay cuatro o cinco actores y actrices que merecen la pena, pero que se van a perder por culpa de la serie. Más tarde me analiza el secreto del mantenimiento del enigma. «Cada día, repiten diez minutos de lo que sucedió en el capítulo anterior. Veinte minutos nuevos y varios cortes de publicidad. Es decir, que el martes finaliza el capítulo con un tío que se dispone a matar a otro, y el jueves no lo ha matado todavía, lo que me parece, en principio, muy chocante».

Para mí, que esto de las series habría que legislarlo. Una serie de televisión de veintiséis capítulos, es ya una serie larga que comienza a cansar. Reconozco que durante un tiempo me enganché a otra serie, por parecidas razones a las de «Cuéntame». Era una serie colombiana sobre el café, y su protagonista, igual que Ana Duato, bellísima y natural, Margarita Rosa de Francisco. Ellas brillan más que los hombres por un motivo concluyente. Ellas son diferentes y todos los hombres son iguales. Ha emergido una generación de jóvenes actores que no se diferencian en nada. Todos llevan la misma barba de tres días, todos hablan igual, todos tienen la misma voz y a todos se les cae el párpado izquierdo en los tramos de tragedia o tristeza de la misma manera y con similar tiempo de resignación. Están hechos de moldes exactos. Y esa similitud permanente tiene que resultar agobiante para los espectadores.

Las series de televisión, más que el arte y la buena realización, buscan el negocio. Es legítimo. Pero no tanto. Un octogenario que sigue desde su hogar los avatares y contingencias que se suceden en una serie larga, debe ser advertido, antes de que se enganche,de que es muy probable que se produzca con anterioridad su fallecimiento que el final de la serie, con lo cual, la serie deja de tener sentido de inmediato. Mi amigo está despistado. No está en edad –toquemos madera–, de doblar la servilleta. No ha cumplido los cuarenta años. Su sueño, su único sueño, es que en el futuro, si sus hijos le dan nietos, pueda jugar con ellos sin estar pendiente de lo que suceda en «Puente Viejo».