Reyes Monforte
Sin noticias
Uno de los recuerdos más impactantes de mi infancia fue la desaparición de una amiga de 10 años. Desapareció una noche, nunca llegó a casa a pesar de que ambas regresamos prácticamente al mismo tiempo. Han pasado 30 años y nada se sabe de ella. No me atrevería a decir qué es más doloroso, si tener malas noticias de la persona a la que amas o no tener ninguna noticia de ella. Recuerdo las palabras de la madre cuya hija desapareció de la noche a la mañana sin dejar más rastro que el vacío ocupado por los recuerdos. «Envidio a los que entierran a sus seres queridos, al menos ellos saben donde están. Pero la incertidumbre de no saber si están vivos o muertos, te mata». Cómo puede una persona desaparecer y que nadie pueda encontrarla. «El realismo inflige terribles tragedias a la gente», escribía Dostoievski en los hermanos Karamazov».
Se me ocurren mil maneras de desaparecer pero ninguna sin dejar rastro. Las asociaciones de desaparecidos aseguran que hay 14.000 personas desaparecidas en España, que cada día desaparecen unas 34 personas en nuestro país. En Europa los números no son mejores: hablan de 250.000 menores desaparecidos en el continente. Detrás de esas cifras hay historias que contar, preguntas sin contestar y misterios por resolver. Difícilmente la imaginación alcanza a abarcar demasiadas esperanzas, pero están ahí. Cualquier desaparición de una persona nos sobrecoge, nos pellizca de tal manera el estómago que sentimos como ahonda en él un agujero imaginario. En menos de una semana hemos sabido de la desaparición de 4 personas: la madrileña Diana Quer desaparecida en A Pobra do Caramiñal, el joven Iván Durán desaparecido en Bayona, la octogenaria Raquel Pérez, enferma de Alzheimer desaparecida en Orense, y la menor de 13 años Melisa Rodríguez, en Valencia. Pero son muchas más aunque los medios sólo hablen de cuatro. Ante estos casos, nuestro pensamiento se dispara y lamentablemente, nunca para bien. Nos vence el miedo, la incertidumbre y la falta de noticias, así que imaginen cómo están las familias. Ni tus peores enemigos te pueden hacer tanto daño como tus pensamientos, dice una máxima budista. Tiene sentido en mitad del sinsentido de una desaparición.
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