Lucas Haurie
Sistema y antisistema
Como hace el comisario Kostas Jaritos, el personaje a través del cual Petros Márkaris cuenta la historia recientísima de Grecia, habremos de consultar el diccionario. Sistémico, primera acepción: «Perteneciente o relativo a la totalidad de un sistema; general, por oposición a local». Así, la corrupción en España. Y también por eso, pues jamás un neologismo surge por casualidad sino que es la consecuencia de un proceso lógico, el auge de las formaciones antisistema. De una en concreto, a la que los partidos mayoritarios se empeñan con su lenidad en proveer de votos. Si la «Operación Púnica» tiene por objeto destruir al imperio de la corrupción, en plan «delenda est Cartago» (o Monarchia, por ponernos literales u orteguianos), a Pablo Iglesias se le está poniendo toda la cara de un Publio Cornelio Escipión con perilla. En los consejos de administración de las multinacionales conocen a cuánto está en el mercado de la corrupción el kilo de político español. Apenas la nomenclatura nos separa de las repúblicas bananeras, al no ser ni república ni bananera, pero compartimos con ellas la minuciosa tarificación de la mordida: esto cuesta que el ministro Pepiño cante las cuarenta por teléfono a un alcalde reticente; tanto vale que un presidente autonómico ponga a todo el gobierno al servicio del pagador; hoy tenemos en oferta la firma de los delegados de urbanismo de tal comarca, venga que me las quitan de las manos... Honestamente, ¿acaso se han financiado de otra manera los partidos durante los últimos treinta años? Sólo desde la militancia expectante de destino, dedazo de líder mediante, es concebible negar la esencia corrupta del régimen.
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