Alfonso Ussía
«Smoking»
Sin ánimo de molestar al personal, está científica y socialmente demostrado que tres varones del siglo XX nacieron con el «smoking» puesto. Y que a pesar de los zarandeos y cambios de postura característicos de los partos, al emerger de las entrañas de sus respectivas madres llevaban la corbata en su sitio, en posición horizontal y sin una leve resignación hacia ninguno de sus extremos. Esos tres varones son, (los dos primeros fueron), David Niven, Cary Grant y este servidor –dentro de lo que cabe–, de ustedes. En su formidable ensayo «La mariposa negra y las solapas brillantes», Sir Silvester Gilmore-Parva, propietario de la sastrería «Gilmore, Gilmore & Gilmore», ya clausurada a consecuencia del fallecimiento de Sir Silvester y que se ubicaba en el número 17 de Savile Row, se puede leer en la página 566: «Nada más infeccioso para el buen gusto que un “smoking” de alquiler en una fiesta con pretensiones». Para valorar las opiniones de Gilmore-Parva, sobra y basta con el siguiente dato. Se negó tajantemente a confeccionar un «smoking» al duque de Brighton por la excesiva arrogancia de su culo. El duque transportaba allá donde fuera un culo excesivamente altivo, circunstancia que impedía la sobriedad en el desenlace del «smoking» en su zona posterior. El lector queda sorprendido, e incluso escandalizado, con la firme oposición del sastre a atender la demanda del duque, pero se resuelve el enigma en la página 879 del imprescindible tratado: «Para que un “smoking” cumpla con su estricto deber, el portador del mismo no puede poseer un trasero respingón y sí escurrido, sin confundir el deseable descurrimiento con la carencia total de formas». Es decir, que hay que tener culo, pero no el que inspira la exclamación «¡Vaya culo!».
Se habla mucho en las presentes calendas de los «smoking» –la RAE ha españolizado la voz en beneficio del «esmoquin»–, que se juntaron en la gran fiesta de las subvenciones cinematográficas. Causó especial impacto el esmoquin que lució el dirigente estalinista Pablo Iglesias. Una impostura muy relacionada con su portador, que es un impostor. Acude a ver al Rey vestido de camarero de chiringuito o de «Casa Manolo», y se presenta en el guateque de las subvenciones con un esmoquin de alquiler propio de un camarero de contratación externa para bodas o recepciones hoteleras de embajadas de segundo y tercer tramo con motivo de la Fiesta Nacional de un país cualquiera. Más que lazo de mariposa, corbata de libélula descendente, a todas luces ridícula. Pero más aún que la imposible buena relación estética entre un «smoking» –e incluso esmoquin–, y el dirigente defensor de titiriteros apologéticos del terrorismo, lo que resulta cómico es la infantil provocación del respeto protocolario que cumple con los del celuloide financiado y le niega al Rey con su remangada chulería, que supera por su innecesaria falta de educación las más altas cotas de la cursilería proletaria. El «smoking» más digno de la fiesta lo llevaba el menos favorecido por el dinero público y el más enriquecido por la taquilla voluntaria, es decir, don Mariano Ozores, un personaje tan genial y querido como sus hermanos don José Luis y don Antonio.
No es asunto baladí la compenetración entre el hombre y el «smoking». En las sociedades cultas se analiza con desmedido interés. El «smoking», aunque descendido a esmoquin, canta más que la del Soto del Parral cuando lo lleva un impostor grosero y tostón.
Recordemos con emoción a Sir Silvester Gilmore-Parva, que para más información, contrajo matrimonio con Lady Sarah Rothman, de quien me ocuparé en otra ocasión si hay motivo para ello.
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