Alfonso Ussía

Snob

La Razón
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Compré el libro en los años sesenta en París. Una primera edición en lengua francesa. Hay que hablar muy buen inglés para captar, en su idioma original, sus ironías grandiosas. Me refiero al «Libro de los Snobs» del duque de Bed-ford, rescatado del olvido por Ricardo Artola y «Kailas Editorial». Puede haber envejecido en algunos tramos, pero el envejecimiento es perfectamente compatible con el talento y la diversión. Bedford parte de un principio dogmático y no sujeto al debate. «El que no es “snob”, no es humano». En el fondo, el autor, undécimo Duque de Bedford, ofrece en un alarde de humildad todos sus consejos y reglas para que la gente se parezca a él. Establece el reconocimiento de la voz «snob» en el entresiglos del XIX al XX, y la primera autoridad que lo define es el «Diccionario Oxford». Fue en las secretarías de las Universidades de Oxford y Cambridge, tres siglos atrás –por lo menos–, donde junto a los nombres de los estudiantes que provenían de familias sin títulos nobiliarios se reflejaba la condición social del alumno con la advertencia «Sine Nobilitate» –sin nobleza–, abreviándose con la forma «s.nob» que da paso a la palabra. Para el «Oxford», el «snob» –en español «esnob»–, es «toda persona que muestra una exagerada deferencia hacia la posición social o la riqueza, y que acusa una clara predisposición a avergonzarse de sus allegados socialmente inferiores, y a mostrarse servil ante quienes ocupan escalafones más altos de la sociedad, y a juzgar el mérito de las personas por su apariencia».

El «snobismo» que elogia y recomienda Bedford es fundamentalmente social. Posteriormente ha nacido, crecido e invadido todos los rincones de la sociedad un nuevo «snobismo», que es el del dinero. En España tenemos espectaculares ejemplos de «snobs» de dinero, que son aquellos que teniéndolo en exceso sólo tratan con los que tienen más para igualar la abundancia de su tesoro. Absurda pretensión, por cuanto el «snob» de dinero que quiere ser como March o Botín, cuando alcanza esa condición está aún más separado de sus ídolos que en el principio, lo que le convierte en un ser irritable, infeliz, bastante hortera y muy proclive a un final de padecimiento cular en el banquillo de los acusados. Hay pujoles, ex ministros y amigos y socios de ex ministros altamente capacitados para formar parte de su larguísima relación.

Pero Bedford es generoso. Así como un multimillonario jamás escribiría un libro aconsejando las formas y las reglas para que sus lectores alcanzaran su misma condición, Bedford establece estrictamente lo que hay que hacer para parecerse a él, lo cual es admirable. Desde los gestos, los balbuceos, la manera de vestir, las corbatas, los coches, las casas de campo y los nombres de pila. Incluso recomienda cambios de apellidos, haciendo ver que los apellidos con nombres de animales –especialmente los ovinos y los caprinos–, (Oveja, Cabrito, Cordero, Borrego etc.) pueden estropear la mejor estrategia trazada para triunfar en sociedad.

Bedford fue el primer duque inglés que abrió las puertas de su castillo, Woburn Abbey, para que fuera visitado a cambio de alguna libra esterlina. La tarifa se doblaba cuando el visitante solicitaba estrechar su mano, y se multiplicaba por tres si el efímero huésped deseaba mantener una brevísima conversación con él. En un artículo publicado en la revista «U-People» (Gente refinada) sentenció: «El mayor placer de un inglés no está al alcance del dinero ni de la belleza física. Se trata de conseguir que, tras una noche turbulenta y bastante sobrada de alcohol, al detener un taxi en Londres, sin indicarle nada al taxista, éste te diga: ‘‘Buenos días, señor duque. Ahora mismo lo llevo a su cama”».

Y le sobra razón. Todo ser humano, aunque no quiera aceptarlo, tiene que ser algo, bastante o muy «snob». El Tratado ya está. Ahora sólo falta el «Diccionario de los Esnobs Españoles», que me propongo escribir con nombres, pelos y señales.